Es difícil hacer una crítica de 12 años de esclavitud y no dejarse llevar por la emoción y los sentimientos que te provoca en cada escena del film.
Pocas veces en los últimos años he visto una película en la que salgas con la sensación de que han manipulado tu corazón y tu mente, pero con tanta clase y oficio que te sientes satisfecho después de que te hayan llevado por un camino de dolor y desesperanza. Porque la nueva película de Steve McQueen es una montaña rusa apabullante desde los inicios de la misma, con unos aparentemente arbitrarios flashbacks y flashforwards que te sacuden y te avisan de dos cosas: de que hay que estar atento y de que tienes que sentir con las vísceras. Mejor invitación imposible. Pero no sólo eso, que no es poco. Es que además ataca o seduce, llámelo como quiera, a nuestros dos principales sentidos desde las primeras secuencias: el oído y por supuesto la vista.
El aspecto sonoro —sobre la banda sonora hablaré en un comentario final para no amargar mis buenas sensaciones sobre la película— será muy protagonista, sonido que acentúa el dramatismo, hiriente en las escenas de violencia y de trabajo. En otras ocasiones crea un mecanismo de contraste entre el bien y el mal, entre el horror y la indiferencia, entre la tragedia y la cotidianidad.
Y después la vista, que es donde la película se muestra sublime. Cada plano parece haber sido planificado y amado con precisión tanto en su encuadre, color, fotografía… como en su duración. Y es que algunos planos duran mucho, muchísimo, pero todos y cada uno de ellos por una buena razón: unas veces haciendo uso de dobles narraciones en varios planos, o simplemente para quedarnos con el personaje, con cada uno de sus gestos. La larga escena con plano fijo del protagonista luchando de puntillas en el barro para no morir ahorcado, y el resto de la comunidad esclava almorzando, desperezándose o trabajando sin inmutarse, es desde ya un icono y ejemplo máximo de esa significación visual —y sonora, nuevamente— a la que me refiero. Escena antológica que subraya uno de los temas de fondo de la película: mientras yo me salve, tranquilidad en el alcázar.
12 años de esclavitud nos cuenta, pues eso: doce años de la vida de Salomon, hombre de raza negra en New York donde es libre que es raptado y vendido en el sur esclavista antes de la guerra de secesión. A partir de ese momento el pobre Solomon es deshumanizado, tanto legalmente como metafóricamente con un nuevo nombre y una nueva condición, y a lo largo del film sufrirá una transformación de ida y vuelta, moviéndose entre los deseos de liberarse y la aceptación de su condición de superviviente. Pero no todo es Salomon. En su odisea conoce a personajes que son si cabe más interesantes, como el personaje de Benedict Cumberbatch, símbolo de la cobardía y la comodidad, el fantástico y oscarizable trabajo de Fassbender como el esclavista Epps, o las inolvidables escenas de Patsey, de las que no sobra ni un segundo, ni un latigazo. Otro Oscar que se merecería Lupita Nyong’o si no estuviera la petarda de la Lawrence por medio.
Todo lo que tiene esta cinta, la violencia, los artificios de montaje, los encuadres, los clímax y anticlímax, lo que se nos muestra y lo que se nos oculta, tiene sentido, y eso es lo mejor que se puede decir de una película. Incluso un aparente bajón de ritmo allá por la hora y tres cuartos en el que la historia se estanca y no se ve salida no es otra cosa de la exteriorización del estado de Salomon. Tenemos que llegar a sentir esa angustia del que se siente preso de la propia vida. No es una película cómoda, no. Ni en su puesta en escena como ya se ha explicado, ni en su fondo. Una película que ataca sin medias tintas a las desgracias que el maldito hombre blanco ha traído a las otras razas, pero también a quienes piensan que a ellos no les toca y quieren mantener su status por encima de valores y derechos universales. ¿Les suena de algo?
Una película honesta, bien hecha y moldeada con tripas y lágrimas. Carne de Oscars aunque parece que la intrascendente Argo de turno le ha tomado ventaja como se ha podido comprobar en los Globos de Oro. Aunque, todo hay que reconocerlo, La gran estafa americana tiene una pinta buenísima.
[Banda sonora: Mi opinión sobre la banda sonora es subjetiva ya que es un aspecto de las películas en el que me fijo enfermizamente y no quiero que forme parte de la crítica, pero es vergonzoso que Hans Zimmer haya hecho prácticamente el mismo tema principal en Origen y en esta, y que la banda sonora sea casi un mismo track versionado, para más Inri sacado de la banda sonora, también suya, de La delgada línea roja. No puedo más que acordarme del sketch de La hora Chanante en el que Tim Burton le dice a Danny Elfman, su compositor habitual: «Basta ya Danny Elfman, siempre haciendo la misma mierda…»]
Nota: este artículo fue escrito antes de que se conocieran las nominaciones a los Oscars. Sin haber visto la otra gran favorita, creo que esta película merecía un par de nominaciones técnicas más dada su perfecto acabado final. Pero congratulémonos con el nivel de este año en comparación con el pasado.
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