


Descubrir que han pasado trece largos años desde que Nemo se perdiera en la inmensidad de la mar océana no tranquiliza al espectador de Buscando a Dory. No, al menos, si se da el caso de recordar vívidamente el estreno de la primera y las emociones que, de forma incontenible, fue capaz de provocar a propios y extraños en una sala de cine. Pero es ley de vida: los impúberes de entonces ya están terminando la carrera, y los que no éramos tan impúberes por entonces de pronto sentimos uno de tantos bofetones temporales. Eso sí, hay que decir en nuestra defensa que la memoria, como bien sabe Dory, guarda con mayor cariño los buenos recuerdos. Y Buscando a Nemo lo fue.
Acomodada en una nueva vida junto a sus amigos Marlin y Nemo, Dory parece haber dado con la clave para sobrellevar sus problemas de memoria de la mejor manera posible. No obstante, un buen día, un flash ilumina su cerebro como un relámpago y, de pronto, recuerda. Y no recuerda cualquier cosa: la imagen de sus padres, el sabor de su infancia, el lejano murmullo del hogar perdido atenazan en un instante su existencia, haciéndola consciente de no saber quién es, de dónde viene ni dónde queda realmente el lugar que la vio nacer. Esto la lanza a la aventura pese a los consejos de sus amigos, que irán a su rescate sin dudarlo a pesar de sus propios miedos.
Al fin y al cabo, la búsqueda del hogar perdido es una trama universal que yace en nuestro acervo desde los tiempos de Ulises
Buscando a Dory perfila con acierto una historia hermana siamesa de su predecesora. Tanto, que casi se podría encontrar en ella algún rastro calcado, alguna premisa semejante. Y es inevitable. Casi tanto como también lo es que termine por defraudar a aquellos que cometan el inevitable pecado de compararla con la que, en el mundo de la animación, puede ser una auténtica obra maestra. Por supuesto Dory no tiene la frescura que tenía Nemo. Por supuesto su trama suena a ya trillada, y los chistes y giros suenan a ya vistos. Es esperable el golpe emocional del clímax; es esperable la sonrisa final con la escena postcréditos. Pero es que, como con el paso del tiempo, no queda otra.
Buscando a Dory teje con delicadeza un tamiz bien pertrechado y completo; una historia narrada con mesura pero retratada con la exuberancia propia de la factoría Pixar. Introduce buenos secundarios que nadan en pos del relato, y se sostiene sobre una base de potente carga emocional. Al fin y al cabo, la búsqueda del hogar perdido es una trama universal que yace en nuestro acervo desde los tiempos de Ulises. Sus fallas residen si acaso en la arbitrariedad de algunos elementos, en la repetición de algunas estructuras y, sobre todo, en nacer a la sombra de una pieza imprescindible por la que, a pesar de los trece años, no parece haber pasado el tiempo.