


Con más de veinte ediciones a sus espaldas y con millones de lectores en todo el mundo, la novela de Paula Hawkins La Chica del Tren tenía todas la papeletas para ser llevada a la gran pantalla antes de que pasara la ola generada por el Perdida de David Fincher (2014). No obstante, cuando se anunció que encabezaría el cartel la recién nacionalizada estadounidense Emily Blunt, las suspicacias empezaron a prever un filme muy distinto de la pieza literaria que ha encandilado a tantos lectores en todo el mundo. El resultado es un relato con una premisa potente y una interpretación más que digna de todo su plantel femenino que, sin embargo, cae en el cliché predecible y deja mal parada a la parte masculina, obligada a bregar con personajes un tanto insustanciales.
Cuando Rachel descubre desde la ventanilla del tren que su admirada Megan le es infiel a su marido con otro hombre no puede soportarlo. No la conoce de nada, pero cada día la observa desde el vagón y admira su vida de ensueño junto a su apuesto esposo en una hermosa casita de cinco habitaciones en las afueras de la ciudad. Envidia tanto lo que Megan posee que verla ahora, ahí, en brazos de otro hombre, le hace sentir rabia por todo lo que está echando a perder. Porque, al fin y al cabo, lo que Megan está mancillando es lo que la misma Rachel perdió cuando su marido se largó con otra. Verlo así, en directo, es un recordatorio cruel de su propio trauma; el trauma que la ha convertido en alcohólica. Además, no ayuda que Megan sea precisamente la vecina del ex de Rachel, que vive con su nueva y usurpadora esposa en la casita de cinco dormitorios que ella misma decoró. Por eso, cuando dan a la adúltera por desaparecida, Rachel duda de si ha podido ser, en su ebriedad, la causante de un mal mayor.
Si algo destaca de la adaptación de la novela es la libertad con que se toma sus licencias. No sólo traslada la acción del Londres literario al Nueva York hollywoodiense, sino que además se atreve a poner a una actriz de la percha de Emily Blunt a interpretar a una alcohólica poco agraciada y, según el libro, con problemas de sobrepeso. Por supuesto, Blunt parece consciente de que no encaja en el papel y, quizá por ello, ha optado por intentar representarlo con dignidad. Al fin y al cabo, es la única que realmente arriesga de todo el filme.
Desenvuelto a partir de una sucesión de puntos de vista y tramas cruzadas —con flashbacks que no ayudan a seguir la narración con coherencia—, el filme aqueja una factura parca e intrascendente. Comparado de forma inevitable, por ambientación y protagonismo, con la soberbia Perdida, el relato de La Chica del Tren parece más un telefilm de sobremesa, lo que no quita que, a pesar de presentar una trama predecible, no pueda ser disfrutable especialmente por quienes no hayan todavía leído la novela.