


El problema de Shyamalan es, sin duda, que alcanzó el cenit profesional —y el millonario éxito comercial— apenas con su tercera película. Las obras que le siguieron fueron pavimentando una cuesta abajo cualitativa por comparación en la que muchos gustan recrearse. Es cierto que el director de origen indio tocó fondo con títulos como Airbender o After Earth. No obstante, no lo es menos que en sus dos últimos trabajos recupera el nivel y la chispa de sus primeras y sorprendentes obras.
La trama de Múltiple, aunque extravagante, no es complicada. Después de celebrar una fiesta de cumpleaños, tres chicas adolescentes son secuestradas en el parking de un centro comercial y recluidas en un laberíntico complejo de habitaciones. Mientras tratan de esbozar algún plan de huida, un inquietante descubrimiento recrudece aún más su situación: su captor sufre algún tipo de trastorno de identidad que le hace recrear nada menos que veintitrés personalidades diferentes. El diálogo y la persuasión con las distintas facetas del monstruo serán las únicas herramientas de que dispondrán las víctimas para lograr escapar.
Aunque a priori parezca sencilla, la trama del último film del director de El Sexto Sentido o El Protegido se complica a medida que va avanzando la historia. La introducción de la psicóloga del villano como elemento explicativo, así como el recurso a los flashbacks para ilustrar el truculento pasado de la adolescente protagonista, no solo enriquecen el relato aportando trasfondos sustanciales sino que además ejemplifican dos maneras contrapuestas de incidir en la trama, la oral, primero, y la enteramente visual.
Shyamalan plantea un juego de espejos que vibra gracias sin duda al lucimiento de James McAvoy, auténtico camaleón interpretativo, que se presta al juego del nuevo tono que parece haber agarrado el premiado director: la comedia.
En efecto, aunque el filme se enmarca formalmente en lo grotesco de los thrillers de secuestros, lo cierto es que poco a poco, a medida que va avanzando igualmente el relato, la película abraza sin complejos otros géneros adyacentes como la fantasía, lo sobrenatural y, de nuevo, un refrescante humor negro que aturde y descoloca al espectador como ya hiciera el autor en su pieza anterior, La Visita.
Quizá una resolución demasiado alejada de las normas planteadas, o una salvación in extremis un tanto abrupta y poco fundamentada desinflan por un instante una película que, a pesar de su vertiente verbalizada, se presenta de nuevo con toda la fuerza visual de la que hacía gala el director en sus orígenes, sembrando además, en el epílogo, una revelación que confiere un nuevo —y sin duda excitante— sentido a toda la obra.