


La tragedia de la muerte tiene un sentido paradójico: afecta más a quienes no la sufren en primera persona. Manchester frente al mar narra la dolorosa vuelta de un hombre desgraciado al mundo de los vivos. Herido y roto por dentro, la responsabilidad y la deuda moral adquirida supondrán una expiación y una enseñanza personificada en una mortaja que, caprichos del destino, no podrán enterrar hasta que termine el invierno.
Joe es un hombre sencillo, íntegro y respetado en su ciudad. Una dolencia cardiaca ha sentenciado su existencia a unos pocos años de vida, por eso su fallecimiento, aunque trágico, era más o menos esperado por todos. Ha dejado un hijo adolescente y un barco que, como él, tiene las millas contadas por problemas en el motor.
Cuando Joe pasa a mejor vida, su hermano, llamado Lee, abandona temporalmente su trabajo como chico de mantenimiento para encargarse de todos los trámites del entierro. Para ello, se ve obligado a regresar a su pueblo natal, de donde marchó huyendo después de que una cruenta tragedia diera al traste con su familia y, al menos en sentido figurado, con su propia existencia. Deseoso de escapar otra vez y regresar a su nueva ciudad y a su nuevo y anodino trabajo, Lee quiere solucionar todo lo referente al sepelio lo antes posible. Sin embargo, en el testamento, Joe lo nombra único tutor de su sobrino adolescente, que no quiere por nada del mundo cambiar de vida ni alejarse de sus amigos, ni muchos menos malvender el ajado barco de su padre.
Kenneth Lonergan escribe y dirige con trazo contenido y sosegado un relato trascendental. El protagonista, que además de su trauma personal arrastra la deuda moral hacia el hermano que —casi literalmente— le amuebló la existencia, tiene ahora que enfrentarse a los monstruos y errores de su propio pasado para lograr sacar adelante a un adolescente que, según se deja claro desde los primeros acordes, no tiene a nadie más en el mundo —aunque tampoco parece importarle—.
Además de la narración, valiente, discreta, cotidiana y salpicada de elementos tanto simbólicos como llenos de humor negro, el gran punto fuerte de la obra es sin duda la magnífica interpretación de Casey Affleck, hermano pequeño tanto dentro de la pantalla como fuera de ella, que deja transpirar toda la fuerza del relato a través de una coraza maltrecha.
Resuelto a cumplir la última voluntad del hermano ausente, el descarriado deberá convertirse en guía de su ahijado para conseguir que pueda —de nuevo casi literalmente—, navegar solo en la vida.
Manchester frente al mar es un filme realmente necesario e inexcusable cuyo único punto flaco quizá sea lo sobrevenido de la resolución final.