


Estoy convencido de que muchos leerán esta crítica y se llevarán las manos a la cabeza por la sencilla razón de que no pienso mencionar en ningún punto —salvo este— el precedente comiquero. En lugar de eso, prefiero lanzarme a comentar con mayor ahínco un precedente mucho más lejano y, en mi opinión, más emparentado con el filme: el clásico Raíces Profundas.
Revisada por Clint Easwood en El Jinete Pálido (1985), Raíces Profundas (George Stevens, 1953) narra la historia de una familia labriega que ve como sus pretensiones de prosperidad se ven amenazadas por la acción de un terrateniente y sus matones hasta que irrumpe en sus vidas un misterioso forastero, Shane, del que nada se sabe pero todo se intuye. Será su intervención, procurada fundamentalmente por la amistad que forja con el pequeño de la familia, la que logre dar al traste con las intromisiones del latifundista que aspira a adueñarse de todo el valle por la fuerza.
Se trata de un clásico que contempla todos los elementos naturales del género —la pugna entre la ley civil y la ley natural, el espacio fronterizo…—, y además se atreve a hacer algo virtualmente imposible en la actualidad: deja al espectador completar la historia en base a su propio acervo personal.
Shane es un pistolero que viene huyendo de sí mismo; la esposa del granjero se enamora de él nada más verle; compite sin quererlo en el ideario infantil con la figura paterna de su progenitor, quien encuentra en el extraño no sólo a un amigo sino también a un rival en todos los ámbitos pues es perfectamente consciente de lo que ocurre… y, sin embargo, nada de esto se reafirma en ningún momento, ni se explica, ni se verbaliza. El espectador lo sabe porque es así. Punto.
Raíces profundas aparece citada en Logan al menos en tres instantes. En primer lugar, como propio filme: los personajes lo ven en televisión con marcado ensimismamiento. En segundo lugar, como referente verbal. En una escena sin duda de gran simbolismo e importancia, son los diálogos de la película de 1953 los que toman protagonismo. Y, en tercer lugar, de manera más alusiva pero igualmente evidente: en un episodio concreto que muchos han considerado, según parece, bastante fuera de lugar en la historia de Lobezno. En efecto, durante el segundo acto de la película, Logan, el personaje, será él mismo un forastero que salvará una plantación de la acción de los latifundistas.
Sin embargo, las referencias no quedan sólo en lo obvio. Logan, al igual que Raíces profundas, aborda los temas del hogar, el concepto de familia y la idea de paternidad. El hogar en vías de construcción, como la propia finca de los Starret, en cuya tierra apenas agarran las tomateras entre envite y envite de los hombres del malvado Ryker. La familia perdida, enmarcada en el relato de la no tan indefensa Laura y su afán por llegar hasta las coordenadas donde, según está convencida, aguarda el resto de niños-probeta con los que comparte origen. Y la paternidad, fundamentalmente por el rol que adopta el viejo Logan, personaje que, garras aparte, se ve obligado a compaginar el cuidado de un anciano senil —y potencialmente peligroso— y de una niña que, sea como fuere, lleva su sangre.
A este conjunto de similitudes hay que unir otro aspecto igualmente llamativo del llamado western crepuscular, género al que bien podría adscribirse: la autorefencialidad. Si en Raíces profundas no es necesario más que el plano detalle de un revólver para identificar al pistolero —pues juega con los elementos iconográficos que han conformado el género—, en Logan el juego se lleva a cabo desde una perspectiva obvia —mismos actores, semejantes personajes, escenas de garras y zarpazos por doquier— y desde otra más metareferencial: en el filme, los cómics de los X-Men juegan un importante papel dentro del relato (aunque no fueran originales).
Sin embargo, homenajear un clásico no implica que se trate de una buena película. El filme dirigido por Mangold ha tratado pretenciosamente de enarbolar una forma de discurso más trascendental que la de sus precedentes equismeniacos, pero sin renunciar a los aderezos y refritos habituales en la saga. Una vez más, los villanos no tienen razón de ser; la violencia gratuita y sangrienta copa largas fracciones de la película; la historia se presenta vacua y apenas entrelazada con dos hilvanes, y los personajes, pese al intento, no dejan de ser en su esencia los clásicos clichés de toda la vida.
A pesar de lo hermoso de la propuesta, y a pesar de sus indudables logros en cuanto a la revisión tanto del personaje como de la propia saga, hay tan poco de Sin Perdón como de Luna de papel o León El Profesional, y es una lástima, porque sin duda han quedado muy cerquita de lograrlo.