


Tras un lapso de tiempo separados, Anastasia y Christian deciden darse una segunda oportunidad. Él ha hecho propósito de enmienda y ha accedido a dejar sus vicios masoquistas; ella, por su parte, quiere mantener su independencia económica y su trabajo en una firma editorial. No obstante, los celos, los problemas laborales, las pasadas relaciones de Grey y sus traumas personales suponen, aparentemente, una colección de obstáculos que sólo juntos podrán sortear.
Aunque se ha promocionado como una secuela más atrevida en lo erótico que su antecesora, lo cierto es que la carga sexual de esta segunda entrega no supera en absoluto a la primera, llegando de hecho a ser bastante comedida en numerosos aspectos. Los fans de los libros van a ver sus aspiraciones defraudadas en ese sentido pues, al parecer, son más de uno y más de dos los escarceos sexuales de la novela que el metraje no ha querido mostrar.
Igualmente, la química que ambos personajes emanaban en la película anterior parece haberse disipado en esta. Es sabido que la fuerza motriz de las historias de «tensión sexual no resuelta» reside precisamente en la «no resolución», algo que en esta entrega, como resulta obvio, queda ya lejos de la discusión. Anastasia y Christian terminan mostrándose en ocasiones casi como un matrimonio compenetrado, dialogante y bien avenido, lo cual es sin duda deseable en la vida pero aburridísimo en el cine.
No sólo no hay ningún tipo de conflicto importante entre ellos, sino que incluso los problemas externos o individuales de la pareja se antojan pasajeros e intrascendentes. Los traumas infantiles de Grey se verbalizan a la primera de cambio, dejando de significar un problema para la relación; la presencia intermitente de una antigua sumisa abandonada por el millonario —y aparentemente dispuesta a llevarse a su nueva novia por delante— es rápida y fácilmente neutralizada; y la amenaza del jefe acosador, además de predecible, suena tan exagerada y naíf que se le podría incluso encuadrar dentro del grupo de los villanos de cómic.
Quizá por su ubicación como filme intermedio —se ha rodado a la vez que la tercera parte de la saga, Cincuenta sombras liberadas, que se estrenará en 2018—, lo cierto es que la película promete con su final —y con su escena después de créditos— tramas más interesantes que las que desarrolla. Queda en vilo no sólo el devenir de la venganza del villano, también el conflicto que surge con el personaje interpretado por Kim Basinger, mujer que instruyó a un adolescente Grey en el mundo del sado, y que, como prueba el clásico El Graduado (Mike Nichols, 1967), sí sugiere un asunto que podría ser de calado… si quisieran abordarlo.