


En alguna entrevista, el propio Álex de la Iglesia ha comentado que un bar es como un microcosmos; como una representación terrenal del Universo. Por allí deambulan sin conocerse personajes de tan diverso ánima y cariz, que nadie sabe realmente si está compartiendo el café con un asesino, con un terrorista, o con su próxima historia de amor. Y ahí reside, en la metáfora, el verdadero potencial de la película. Representantes de distinto cuño y estrato social se ven obligados a arrastrarse literalmente por la mierda para poder salvarse de un incierto destino.
El argumento está bien presentado ya desde los trailers: un grupo de desconocidos se encuentra en un bar de barrio. Unos están desayunando, otros juegan a las tragaperras y otros sencillamente trabajan allí. De pronto, uno de los clientes muere de un disparo en la cabeza en el momento de abandonar el local. Un operario que acude en su ayuda corre la misma suerte. El pánico y la paranoia se apodera del resto de clientes, que ven atemorizados cómo la policía, en vez de ayudarles, monta barricadas frente al lugar. El agobio, el instinto de supervivencia y el miedo sacará lo peor de todos ellos.
Con una factura visual impecable, como es ya costumbre en la casa, el director Álex de la Iglesia comienza el relato —pergeñado junto a su guionista de cabecera— sosteniendo con trazo fino una historia que está a medio camino entre la comedia y el suspense, con un tono bien llevado a través de diversos «episodios» apuntalados por fundidos a negro. El diálogo restallante del plantel, así como la premisa del relato, traen a la memoria a clásicos del cine de enclaustramiento colectivo, desde La Niebla hasta Diez Negritos. Destacan una sensata Blanca Suárez, cada vez más versátil en distintos registros, y un elocuente Secun de la Rosa.
No obstante, la llegada del último tercio deriva la historia hacia un territorio tan alejado como escatológico. El filme termina rozando el disparate —lo cual bien podría ser, por otro lado, otra marca de la casa—, llevando hasta el extremo a algunos personajes que, en el afán de los narradores por desnudarlos y embadurnarlos con lo peor de ellos mismos, terminan por ser incongruentes al propio cliché que representan, incluyendo el homenaje final, con Suárez cual pija travestida en la Angelina Jolie de los videoclips de los Rolling.
Con todo, el gamberrismo narrativo de De la Iglesia sigue en plena forma. En esta ocasión, además, con cierto fondo crítico con la sociedad, con el sistema, con la humanidad en general… En definitiva, un ritmo apabullante con pirotecnia final para un filme que se deja disfrutar.