


Enmarcado en los instantes previos y posteriores al magnicidio de Kennedy, Jackie se construye a partir de retazos en apariencia inconexos: el asesinato en sí y la organización del funeral; el entierro posterior de los hijos nonatos de la protagonista; el documental que realizó para la televisión enseñando los interiores de la Casa Blanca antes del crimen, y una entrevista novelada con un periodista después de los hechos.
A través de esta suerte de retazos, el filme pretende mostrar una representación fragmentaria y cubista de la primera dama más famosa de la historia —con permiso de Melania—. No obstante, en su afán, realmente la película termina por perfilar las múltiples facetas de una mujer en distintos grados de intimidad y bajo distintas capas de falsedad. Jackie, cigarro en mano, asegura a la prensa que no fuma; niega lo que acaba de pronunciar y escruta con denuedo las notas de los periodistas, cercenando sin conmiseración cualquier atisbo de verdad que pueda filtrarse entre las grietas del retrato que ella misma se ha encargado.
Así dispuesto, la historia reflexiona no tanto sobre la impronta del poder ni el tema femenino como acerca del eterno conflicto entre el espacio público y el entorno privado. Jackie son realmente muchas Jackies: la contumaz esposa que se lanza sobre el capó de un coche para rescatar los restos del cráneo de su marido; la madre que adorna la realidad de la muerte de cara a sus hijos; la escenógrafa preocupada por cuántos caballos llevarán el cortejo fúnebre o hacia dónde orientar la lápida de un Jefe de Estado; la presentadora de televisión empeñada en mostrar al mundo las reliquias de su casa.
El problema es que, más allá de dar vueltas sobre el mismo asunto, la película no aborda nada más. Planteada la tesis del contenido frente a la forma; de la representación frente a la realidad, la narración no se aventura más allá. Jackie entierra a su marido y se marcha a trompicones de la Casa Blanca mientras su sucesora —en un giro melodramático bastante inverosímil— elige el nuevo color de las cortinas. Punto.
Y resulta chocante, cuanto menos, no ya que el guionista y el director hayan decidido mostrar una versión a todas luces novelada de la historia, sino sencillamente que hayan optado por centrarse apenas en un instante de la que sin duda fue una vida tortuosa. Nada hay en el filme del matrimonio privado en la isla de Skorpios con uno de los hombres más ricos del mundo —a quién se dice que no amaba—; nada hay de la extravagancias de sus últimos días, ni de la tormentosa relación con sus hijastros.
En definitiva, un filme de fotografía impoluta e interpretación trabajada que muestra algunas facetas de Jacqueline Kennedy. Pero sólo algunas.