


Forjado en las trincheras de la comedia televisiva, el director Carlos Theron (Olmos y Robles, Los Hombres de Paco, El chiringuito de Pepe…) lleva a la gran pantalla un texto de los guionistas Manuel Burque y Josep Gatell cargado de sátira actual, humor gamberro y una historia con un trasfondo llamado a tocar el corazón de su público.
Arturo, Poli y Chus son tres cuñados y padres de familia que, de la noche a la mañana, descubren que sus pequeñas ya no lo son tanto. Sus tres hijas se han echado tres novios totalmente inapropiados según su sobreprotectora opinión. Por ello, entre los tres deciden urdir un plan para librarse de los muchachos y devolver «el orden» a sus hogares, siempre pensando en lo que ellos consideran que es lo mejor para sus primogénitas. Pero no son conscientes de que su estratagema no va a hacer sino poner de manifiesto lo obvio: muy a su pesar, ellas han tomado el control de sus vidas.
Comedia de enredos familiares, el gran acierto de la premisa reside en manejar con soltura todos los recursos del lenguaje cinematográfico en una puesta en escena en absoluto televisiva y finamente hilada, así como en sacar comedia de enfrentar, en el grupo masculino, a los polos más opuestos posibles mientras el sector femenino —tanto las hijas como las esposas— asiste con sorpresa al devenir de los acontecimientos.
El gag visual se sobrepone a los chistes de diálogo, desencadenando en ocasiones auténtica comedia de situación que encuentra en las dotes interpretativas, tanto las de ellas como las de ellos, el gran soporte para su desempeño. El trío encabezado por José Coronado parece sentirse cómodo en los zapatos del grupo de «Supercuñados», logrando un buen equilibrio entre el realismo de la propuesta y el histrionismo de una comedia gamberra que parece emparentada con las obras de Ben Stiller relacionadas también con el duelo yerno-suegro.
Los problemas residen, no obstante, en un predecible final, quizá demasiado almibarado y demasiado conservador para un filme que ha venido jugando con situaciones que rozan lo descabellado y que, sin duda, podría haberse arriesgado más en función del público al que va dirigido. Igualmente, el uso y quizá abuso de los clichés a menudo juega a la contra del relato, proponiendo unos arquetipos tan socorridos como desdibujados, especialmente en el caso de los pretendientes.
Con todo y con eso, se trata de una propuesta bastante recomendable. Hay momentos de auténtica comedia visual que no cae en la parodia ni la exageración histriónica o zafia, tan común, por otra parte, en otras muchas comedias de este palo.