


Quizá fuera El silencio de los corderos, con permiso de Fargo, la película que retomó para el gran público la tradición literaria de la mujer detective; de la tenaz investigadora encargada de resolver y ajusticiar unos crímenes que, quizá demasiado a menudo, tenían a la mujer también como víctima. El filme de Jonathan Demme, estrenado en 1991, sentó lo que podrían definirse como los ingredientes básicos del género: el mentor, el trauma infantil y, sobre todo, el conflicto eterno de quien quiere ser respetada en un mundo de hombres. El Guardián Invisible, filme basado en el éxito literario de Dolores Redondo, los respeta todos.
Amaia Salazar es una joven y experimentada inspectora de la Policía Foral de Navarra que lleva una vida más o menos tranquila junto a su marido, con quien está intentando tener hijos. Su último caso, no obstante, requiere toda su atención: en la vereda del río Baztán comienzan a aparecer estranguladas adolescentes de los pueblos de la comarca, y todo apunta a que se trata de la actuación de un asesino en serie. Por si la complejidad de la investigación no fuera suficiente, Salazar tendrá que hacer frente también a sus traumas del pasado cuando las pesquisas la lleven de vuelta al pueblo de su infancia y empiecen a salpicar a sus familiares más directos.
Aunque la narración se hace fluida y la producción del filme se manifiesta cuidada y potente, la película presenta fundamentalmente dos problemas narrativos: el atropello y la literalidad.
No hay duda de que la labor de adaptar uno de los mayores éxitos literarios de los últimos años se antoja compleja y delicada. Quizá por ello, tanto el texto de Luiso Berdejo como la realización de González Molina caen en algunos instantes en un ritmo atropellado y un tanto difícil de seguir para quienes no conocen la obra de Dolores Redondo. Asesinatos previos que apenas se mencionan de pasada; testigos encarcelados que no se terminan de ubicar en el relato, personajes que irrumpen en escena a voz en grito por las calles del pueblo…
Igualmente, en algunos instante la naturalidad de la narración queda un tanto en entredicho. Los personajes elaboran unas construcciones gramaticales tan complejas y literarias que casi parecen estar recitando diálogos de las páginas del libro que, sin duda, no suenan tan artificiosos cuando son leídos.
Pese a estos detalles, el El Guardián Invisible teje con acierto una historia de suspense en diferentes capas que logra con éxito llevar al espectador en un in crescendo dramático que sabe además jugar con el misterioso encanto del bosque y la mitología vasco-navarra.