


Una serie de oleadas energéticas de potencial peligro están impactando contra el planeta Tierra procedentes de algún remoto punto cercano a Neptuno. El astronauta Roy McBride (Brad Pitt) las sufre en sus propias carnes mientras trata de reparar una antena espacial. Por eso, cree él, varios altos mandos militares lo han convocado a una reunión secreta. Sin embargo, lo que sucede en esa reunión resulta ser del todo inesperado para él: sospechan que quien está detrás de los golpes energéticos no es otro que el padre de McBride, también astronauta, a quien creía desaparecido desde hace casi dos décadas. Los mandos militares quieren de él que le mande un mensaje a su padre a través del cosmos con la esperanza de que, al tratarse de su hijo, por fin les responda y puedan dar con su paradero… para neutralizar la amenaza.
Pergeñada como una historia de ciencia ficción en el más purista sentido del término, la obra se vale de una estructura que recuerda enormemente a El corazón de las tinieblas de Conrad —o a su traslación cinematográfica más conocida, Apocalypse Now— para narrar un viaje tanto exterior como interior e intimista. La voice over del personaje interpretado por Pitt blasona todo el relato compartiendo con el espectador los más íntimos pensamientos del protagonista en este viaje hacia los confines del universo para encontrarse con su padre perdido, que no es sino una representación simbólica de sí mismo, o de lo que él está por convertirse: un hombre incapaz de lidiar con sus propios afectos. De este modo, McBride Jr. recorrerá el camino hacia su progenitor, cuya figura se torna poco a poco más ambigua, más cruel y, en última instancia, más antagonista, al tiempo que esboza, también poco a poco, mayores similitudes con su hijo abandonado.
Amenizan el relato diversas «etapas» en su viaje en las que halla complicaciones variopintas: desde los piratas espaciales en la cara oculta de la Luna, hasta la reclusión por parte de sus propios superiores en una hiperrealista estación espacial marciana. La fotografía acrecienta el tono de realismo y dota a las imágenes, al tiempo, de una atmósfera hermosa y equívoca, cargada de iluminaciones diegéticas y racionales que, sin embargo, logran transportar al espectador hacia entornos casi oníricos en los que un Brad Pitt maduro y comedido desglosa una interpretación trascendental y cargada de emotividad.
Si puede ponerse algún pero a la obra es el cambio de ritmo que gobierna el segundo acto, donde la acción, antes dinámica y cargada de peripecias, se eterniza hacia un final poco sorpresivo y acaso descafeinado en vista de la expectativa generada. No obstante, ello no impide que la película sea una absoluta maravilla que sabrán valorar especialmente los amantes del género.