


Las tres mil viviendas no es un barrio oficial. De hecho, ni siquiera se trata de un solo barrio. Su geografía urbana se compone de la confluencia de diversas barriadas sevillanas que, a finales de los años sesenta, albergaron la construcción de viviendas de protección oficial enfocadas a erradicar los núcleos chavolistas de la zona. La inseguridad ha estado vinculada al lugar prácticamente desde sus orígenes, siendo nota común en las secciones de sucesos de los principales diarios por su criminalidad, a menudo causada por bandas organizadas, reyertas, tiroteos, luchas de clanes y el narcotráfico.
En este entorno hostil, la pequeña Estrella toma la primera comunión. Se trata de una niña risueña a la que le gusta jugar con los gorriones que crían en las azoteas, llenarse el cuerpo de calcomanías y bailar flamenco con sus primas. Su madre, Triana, quiere darle un hermanito, y ahora la ocasión parece que se presenta idónea ya que su padre, Juan, ha accedido al tercer grado. Es recluso de la prisión provincial, y está cumpliendo condena por los chanchullos de su familia, los Santos, antiguos dueños de las tres mil ahora caídos en desgracia y desterrados por la opresión de los clanes rivales.
La potencia de la historia y la entrega visceral de sus protagonistas reside en una naturalidad y cercanía que contrasta con el trazo grandilocuente de su producción.
La pequeña Estrella no llegará a conocer a su hermano. Morirá en un accidente de tráfico, a todas luces provocado por dos yonkis en su huída tras haberle dado un palo a una banda de rumanos. En su desesperación, Juan y Estrella ven como las autoridades dan carpetazo al asunto en cuanto aparece un coche con los posibles culpables muertos por sobredosis en su interior. Pero las tres mil viviendas no es un barrio oficial y, por tanto, Juan sabe que no puede esperar justicia de las autoridades oficiales. Con la compañía de su familia, y llevado por la furia de un hombre que lo ha perdido todo, comienza a indagar la compleja realidad del asunto que ha llevado a su niña a la tumba, lo que supondrá reabrir una guerra contra los clanes que ahora son los dueños de la calle.
El director Paco Cabezas construye una tragedia en tres actos que desarrolla con el brío de unos intérpretes entregados a la causa y que enmarca con el realismo que aportan las propias calles de las tres mil, donde ha llevado el rodaje. Construye así una historia de venganza y muerte que tiene en el flamenco de su banda sonora —otro de los rasgos característicos de ese rincón sevillano— un puntal estético que eleva la propuesta provocando, quizá, cierto desapego. La potencia de la historia y la entrega visceral de sus protagonistas reside en una naturalidad y cercanía que contrasta con el trazo grandilocuente de su producción.
No obstante, la potencia visual de sus imágenes y la fuerza descarnada de su narración la hacen una película imprescindible.