


Ahora o nunca, la comedia dirigida por María Ripoll, se ha convertido en la película española más taquillera del año, al menos hasta que la secuela de Ocho apellidos vascos haga su entrada en escena. El filme, con guión de Jorge Lara y Francisco Roncal (Los Hombres de Paco, Aída, El chiringuito de Pepe…), juega con la presencia de los mismos protagonistas que el gran éxito de la pasada temporada, aunque en esta ocasión Clara Lago ejerce un rol secundario.
Eva (María Valverde) y Álex (Dani Rovira) son una feliz pareja que, después de diez años de noviazgo, deciden organizar su boda en el mismo lugar donde empezaron su relación: la casa de estudiantes donde hicieron un curso de verano en Gran Bretaña. Estando ya todos los preparativos organizados, una huelga de controladores impide al novio llegar al destino en la fecha acordada con el vestido de la novia, lo cual da lugar a una variedad de peripecias que incluyen, por supuesto, la pérdida del vestido. La cosa se complica cuando la novia, después de una noche de borrachera en tierras británicas, se acuesta involuntariamente con un inglés que la chantajea con arruinarle la boda con una serie de fotos que le ha hecho desnuda. Mientras, ambas familias se dirigen al convite en un autobús amenizado por Melody que casi da la impresión de ser una fiesta sobre ruedas.
La película presenta dos problemas principales: el ritmo y la irracionalidad de la propuesta. En primer lugar, el montaje, que pretende ser dinámico y que incluye recursos como la cámara subjetiva o los timelapses, se pierde en una sobreabundancia de planos explicativos. Los protagonistas están llamándose por teléfono continuamente el uno al otro sólo para contarnos de manera dialogada lo que ya hemos presenciado de primera mano además de, por supuesto, cuánto se quieren. Esto hace que ciertos pasajes se noten tediosos y repetitivos. En segundo lugar, las trabas que se oponen en el recorrido de los protagonistas a la hora de lograr su objetivo son tan casuales como absurdas: nubes volcánicas, pasteles alucinógenos, un traje de Franco… Viendo la película hay momentos en los que el espectador se pregunta por qué no toman sencillamente un tren y solucionan todos los problemas. Este crescendo en irracionalidad obliga a disparar el clímax hasta casi rozar el absurdo en una sucesión de acontecimientos que transmiten la sensación de que, simplemente, todos los problemas se solucionan por sí solos.
A pesar de esto, la vis cómica del reparto salva la situación. Un Dani Rovira desatado y un plantel de secundarias tan solvente que parece poco aprovechado, imprimen a fuerza de chascarrillo y chiste de diálogo una sonrisa en el espectador.