


Ambientar una historia de amor y espionaje en el Casablanca de la II Guerra Mundial es como querer lucir las medallas del abuelo. Con una reverencia confesa y consciente, el filme de Zemeckis juega a recrear un melodrama vintage un tanto de celofán y cartonpiedra o, lo que es lo mismo hoy día, con un artificio digital a menudo evidente e innecesario. Quizá sea cosa de pericia artesana, o quizá fuera el realismo de las viejas glorias —Bogart y Bergman, no olvidemos, interpretaban personajes que les eran genuinamente contemporáneos—, pero la pieza no termina de alcanzar el altísimo objetivo que pretende, ya sea este el del homenaje o el de la profanación de un clásico.
Cotillard llena la pantalla con un aura que devora por completo el semblante embobado de Brad Pitt durante todo el metraje
Cuando el espía canadiense Max Vatan llega a su misión en el Norte de África no se imagina que su contacto es una veterana de la Resistencia francesa con tino con el gatillo y don de gentes, que ha logrado meter cabeza en la alta sociedad del Gobierno de Vichy. Haciéndose pasar por marido y mujer, juntos planean y ejecutan el atentado contra un poderoso gerifalte nazi. Pero de tanto fingirse enamorados terminan enamorándose de verdad bajo el sol y la arena del desierto. Se casan, se mudan a Londres y tienen una hija entre el tumulto de los bombardeos. Sin embargo, la felicidad dura poco: el Servicio Secreto empieza a sospechar que ella es una agente doble y le encargan a él tomar parte en su desenmascaramiento. De ser efectivamente traidora tendrá que ejecutarla él mismo. Si la ayudase, morirían juntos en la horca.
La premisa cae, a nada que se piense, en el más absoluto de los absurdos —¿por qué desconfían de ella pero no desconfían de él?—; y casi parece que, por momentos, el protagonista tampoco tiene muy claro qué es lo que quiere lograr al lanzarse a la búsqueda de la verdad por su cuenta ni por qué hace lo que hace; pues resulta evidente que, averigue lo que averigue, sería un insulto que no le importase un comino. El melodrama tampoco ayuda, en especial con algunos instantes sacados de la irrealidad más folletinesca como ese cuestionable parto bajo, literalmente, el resplandor de los obuses.
Pese a ello, Cotillard llena la pantalla con un aura que devora por completo el semblante embobado de Brad Pitt durante todo el metraje. Cabría decirse que, al fin y al cabo, es el papel que le ha tocado al de Oklahoma, y que las voces que han apuntado a su embelesamiento en pantalla como una de las posibles causas de su reciente ruptura matrimonial no son más que un halago a su trabajo interpretativo. Pero lo cierto es que es ella quien, tanto por su interpretación como por la fuerza de su personaje, debería protagonizar la premisa de una historia que se torna mucho más interesante por la parte femenina —explicada de palabra al final—, que desde la perspectiva masculina que de hecho la vehicula.
Con todo, es la guerra, la pasión, la intriga… y dos de los rostros más hermosos del celuloide.