De todos los tipos de maltrato, probablemente uno de los más peligrosos sea el que no se ve; el que no deja golpes ni magulladuras; el que ni empieza ni termina en violencia. Y quizá gran parte de su peligrosidad radica precisamente en que resulta inadvertido. En ocasiones, también para la víctima.



Alice tiene lo que muchos llamarían una “pareja ideal”. Él es un artista joven, educado, atractivo… está pendiente de ella en todo, no ejerce la menor violencia física y está bien posicionado social y económicamente. Es ordenado, limpio, atento… Sin embargo, Alice es víctima de un maltrato psicológico y emocional que ni ella misma parece entender.
Y no ya solo porque él disponga de su tiempo, de su intimidad y de su agenda; porque le diga cómo vestir o cómo debe arreglarse; porque él la reclame para sí siempre que le venga en gana; porque él le pida fotografías eróticas en cualquier momento, o porque la denigre en público con tono de condescendencia en cuanto tiene ocasión. Él es un maltratador porque ella está sufriendo, aunque se niegue a admitirlo.
Alice llora escondida en el baño. Tiene ataques de ansiedad injustificados. Vive en un constante estrés que hace que se arranque el pelo a escondidas. Es presa de un terror y una sensación de aislamiento que no puede controlar. Y, en cierta forma, ella sabe que la relación tóxica que tiene con él es la clave. Por eso, cuando sus amigas la invitan a un fin de semana de chicas en una casa rural para celebrar un cumpleaños, ella opta por mentirle a él y decirle que se va por motivos de trabajo. Porque sabe que él no lo aprobaría; porque ella ha olvidado lo que es vivir sin su aprobación.
Mary Nighy lleva a la pantalla un drama de carácter íntimo bien armado, aunque comedido. La historia, en sí, no tiene la trama habitual de cualquier historia convencional, y probablemente el espectador que no conecte emocionalmente con el conflicto interno de la protagonista no encuentre asidero a la ficción. No hay violencia, no hay golpes, no hay trama de huída ni de rescate. Tampoco hay terror en el sentido estricto del término. Hay, eso sí, una mujer que sufre y que no parece comprender por qué, aunque sea más que evidente.
Y quizá por eso la obra resulte tan interesante. No tiene estridencias ni carga las tintas; no juega a enarbolar ningún discurso ni ninguna la bandera. Sencillamente dispone ante el espectador una historia por desgracia muy cotidiana y la desglosa con pura objetividad, dejando, si acaso, una ventana abierta a la esperanza: la sororidad, el apoyo, el diálogo, la comprensión son, al final, las únicas fuerzas externas capaces de solventar el problema, antes de que sea demasiado tarde.