Deva
Una vez asumido que el cuerpo de la protagonista está ocupado por el fantasma de su amiga Deva, el episodio busca reubicar al espectador a la vez que sigue avanzando la trama de los villanos. Hay, por tanto, dos líneas argumentales.
De una parte, Alma-Deva aceptando por fin quién es y enfrentándose con una realidad compleja: ella no puede ser ella. Así se lo indica la misteriosa Nico, que gana en intriga al presentarse como otro ser transcorpóreo. Se alude mediante varios flashbacks a la homosexualidad de Deva y su enamoramiento de Alma, pero al final parece aceptarse como una ladrona de cuerpos, ganando en villanía.
Por otro lado, el que parecía ser villano, el padre de Martín, se presenta como lo contrario. Está tratando de evitar el mal mayor, aunque sus métodos no son ni éticos ni morales. Su esbirro irá asesinando a los que considera portadores del mal, como el conductor del autobús (no queda claro cómo sabe que es un hombre infectado).
Se deja a la imaginación el caso de Bruno, que ahora aparece con un parche en el ojo, aunque la sacerdotisa, a la que por fin han ido a ver, les instruye al respecto: el derrame no tiene que ser necesariamente algo negativo. De su encuentro lo más interesante es el descubrimiento que hace Tom, que deduce que su novia es una retornada y lo acepta sin dudar un instante.
En definitiva, dos giros y dos problemas sobrevenidos. Por muy interesante que resulte la anagnórisis y el intercambio de roles entre buenos y malos, no deja de desconcertar. Del padre de Martín seguimos sin fiarnos, por muy buenas intenciones que diga tener; la heroína a la que hemos seguido durante toda la temporada resulta que es una extraña, y el residuo que pudiera quedar de la Alma en cuyo equipo combatimos parece estar relegada a un rol pasivo.