Pádraic y Colm son más que buenos amigos. Son los mejores amigos de toda la vida. Ambos residen en una pequeña isla en la costa irlandesa donde no hay mucho que hacer salvo emborracharse con cerveza caliente y mirar hacia la isla principal. De vez en cuando se oyen los cañonazos de la guerra civil de 1922, conflicto fratricida en cuyo contexto se ubica temporal —y simbólicamente— la historia.



Pádraic, labrador, vive con la solterona de su hermana acompañado tan solo por los animales con los que trabaja: una vaca, un caballo y una pequeña burra. Es un hombre amable, bonachón, humilde y sincero que siempre da los buenos días a todo aquel que se cruza. Colm, por su parte, solo tiene un perro pastor y su viejo violín. Todas las tardes, cuando en el campanario de la iglesia da las dos, ambos se van al bar y se toman una pinta juntos. O varias. Sin embargo, todo cambia de la noche a la mañana cuando Colm decide que ya no quiere ser más amigo de Pádraic, pues simplemente su charla bobalicona no le aporta nada y, de hecho, le quita tiempo para componer y construir algún legado musical por el que ser recordado en los pocos años que cree que le quedan.
El labrador no comprende la actitud de su ex-amigo. Se siente dolido y abandonado, pero es un hombre simplón y buena persona, y no ceja en su empeño de recuperar la amistad de Colm. Por ello, le insiste una y otra vez, trata de sentarse con él a compartir una cerveza, o va a buscarle cada día para compartir una cerveza a las dos de la tarde. Pero el otro no quiere ni verle. De hecho, le amenaza con cortarse un dedo por cada vez que Pádraic le dirija la palabra o le inoportune. Y, efectivamente, así lo hace.
El director, guionista y dramaturgo Martin McDonagh elabora un drama sobre la condición humana, la masculinidad orgullosa y brutal, la soledad y la depresión… pero tiene la genialidad de salpimentarlo con notas de humor y con un abanico de secundarios entrañables: la hermana que ansía salir de esa isla para tener una vida; el discapacitado mental que resulta ser el más lúcido de todos; el cura entrometido, el policía incompetente, la anciana macabra que deambula por los caminos profetizando el porvenir…. y el bar como epicentro social y emocional de toda la comunidad, donde se reúnen todos alrededor del alcohol y las canciones con música tradicional irlandesa —al menos mientras Colm conserva dedos para tocar el violín—.
Tiene la obra, además, un aura hermoso y nostálgico. Los paisajes de la isla esmeralda y la fuerza telúrica de sus tradiciones milenarias otorgan a la película una belleza singular, sin duda, muy disfrutaba en la sala.