


Dicen que, después de ser obligado a abjurar de la idea blasfema de que la Tierra giraba alrededor del Sol, Galileo pronunció en un susurro «eppur si muove» (y sin embargo se mueve). Su terquedad científica sirve de ejemplo paradigmático de la eterna lucha entre la fe y la ciencia; de la pugna entre el dogmatismo religioso y el empirismo científico. Altamira, la última película del director de Carros de Fuego —otro filme de fondo religioso— sienta sus raíces sobre esta pugna para tratar de perfilar la vida de un hombre a quien la historia le negó el reconocimiento de su aportación al saber humano.
Lastrado ya de entrada por su no pertenencia al gremio científico, el descubrimiento realizado por el «aficionado» Marcelino Sanz de Sautuola en una cueva cántabra fue sencillamente ridiculizado por toda la comunidad académica de su tiempo. Sautuola defendía que las pinturas descubiertas por su hija en el interior de una cueva en las proximidades de su finca databan de época prehistórica. Esto venía a contradecir todo lo que se sabía sobre el asunto en el siglo XIX, además de sentar un poderoso argumento contra el creacionismo defendido desde los altares. La respuesta de los eruditos, por una vez, pareció posicionarse junto a la del clero: en el mejor de los casos Sautuola había sido víctima del engaño; en el peor, se trataba de un aspirante a científico que ansiaba el reconocimiento con evidencias falsificadas. Murió sin ver reconocido su hallazgo, décadas después, y tras encontrarse vestigios similares en otras cuevas en Francia.
El tema principal que parece querer plantear la película es el peligro de los dogmas, ya sean éstos religiosos o científicos. El obstáculo que impide el avance de la ciencia y que posterga, en definitiva, el desarrollo humano es la concepción inamovible de lo ya asentado; la prefiguración de que ya se sabe todo cuanto se puede saber, así como cierto punto clasista por parte de la comunidad científica. No sólo rechazan el descubrimiento de Sautuola por ser contrario a la concepción de que el arte es patrimonio de la civilización y que, por tanto, en la prehistoria no podía existir, sino por el hecho de venir de un aspirante, de un aficionado que poco o nada puede saber en comparación con los popes del conocimiento universitario.
El guion, sumamente verbalizado, deja poco resquicio a la sorpresa
No obstante, la película se hace tediosa. El guion, sumamente verbalizado, deja poco resquicio a la sorpresa, con una presentación tan maniquea como pobre de los personajes protagonistas. La factura visual, aunque correcta, se pierde por instantes en las ensoñaciones de la niña que poco o nada aportan a la trama. La interpretación peca de artificiosa y exagerada, aunque la ambientación, por otra parte, sí está lograda. Una pena que no consiga salvar una película tristemente plana.