


El Sueco encarnaba desde la cuna el prototípico american dream de los cincuenta. Deportista de éxito en sus años de estudios, terminó casándose con una reina de la belleza local y heredando el próspero negocio de su padre. Vivía en una casita en el campo, y su hija era una preciosidad de dorados cabellos a la que gustaba jugar con las vacas. Por eso, cuando la pequeña se convierte en una activista radical y planta una bomba en la estafeta de correos del pueblo, matando a un funcionario, El Sueco percibe cómo todo su universo se viene abajo. Perseguida, la menor huye de casa para esconderse en las entretelas del radicalismo social de los sesenta; enloquecida, su esposa se reinventa una vida a partir de la renuncia a todo, y él, apesadumbrado, asiste con estoicismo al derrumbe mientras trata de encontrar a la hija perdida que no puede dejar de amar.
El filme, primer trabajo en la dirección de McGregor, se toma la nada desdeñable empresa de adaptar una pieza del escritor Philip Roth y, según relatan los conocedores del texto, lo hace con tacto milimétrico. La sucesión de circunstancias y elementos respetan la trama básica de la novela hasta el punto de tener, según ha declarado el actor-director, el beneplácito del autor del libro. No obstante, aunque la sucesión de acontecimientos sea la precisa, no lo parece ni el arco fundamental de los personajes ni su ejecución por parte de los intérpretes.
McGregor personifica a un padre pasmado; tanto, que se diría excesivamente enfático en la parsimonia. Su puesta en escena no transmite la impronta dramática de una tragedia de corte realista y casi parece que no deja de ser una versión del utópico personaje de Big Fish venido a menos. Jennifer Connelly, por contra, se encuentra encorsetada en una historia que no le deja desarrollo. Hubiera sido mucho más interesante conocer la trama desde la perspectiva de su personaje, que sí tiene una transformación clara e interesante. Pero en vez de eso la vemos a retazos episódicos, primero belleza local, luego madre amargada, luego belleza díscola…. pero sin solución de continuidad. Casi como a la pobre Dakota Fanning, sin duda el papel más complejo de todos y que pasa ausente la mayor parte del metraje.
Así la cosa, el filme termina por resultar aburrido. Ni el padre coraje que pretende personificar McGregor engancha a su causa ni la historia está narrada desde una posición que realmente ponga en imágenes el derrumbe familiar —ni mucho menos el social— de una historia que merecía un trato mejor pertrechado.