Pocas cosas hay tan tristes como un talento desperdiciado. Quizá esta conclusión resulte excesiva, pero es la impresión que queda después de ver la última película de David O. Russel Amsterdam. El talento, ese sustantivo con el que en el mundo cinematográfico se refieren, en ocasiones, al plantel de intérpretes de una película, es en Amsterdam de innegable solvencia. En el film conviven en pantalla Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Anya Taylor-Joy, Rami Malek o Robert de Niro. El desperdicio, lastimosamente, también resulta notorio.



Bale interpreta a un médico veterano de la I Guerra Mundial que se dedica a recomponer físicamente a otros excombatientes como él. Le apoya un abogado, también compañero de armas, con quien entabló amistad en el frente. Ambos tuvieron una fugaz relación con una enfermera-espía en la ciudad que da título a la obra, si bien ahora ella está desaparecida de sus vidas. Por supuesto, el embrollo diplomático en que terminarán metidos hará que ella vuelva inesperadamente a su presente.
Falsamente acusados de un crimen —realmente nunca se termina de entender por qué llega a cometerse—, ambos hombres inician un periplo fatídico con la finalidad de demostrar su inocencia y, de camino, conseguir una estrella que dé un discurso en su gala anual de excombatientes. Sin quererlo, terminarán destapando una red afín a los nazis que está tratando de estrechar lazos en Norteamérica con los magnates empresariales.
La película, presa de un guion caótico perpetrado por el mismo director, despliega un estilo visual y una ambientación cuidada y detallista. No obstante, el desacierto es de tal calibre, que el espectador termina perdido en un galimatías que mezcla un género con otro sin aparente solución de continuidad.
Aunque tiene instantes que pueden despertar una sonrisa, lo habitual a lo largo del metraje es el volteo de ojos, casi similar al que realiza a menudo el protagonista de la historia con el suyo de cristal. Resulta salvable la fotografía de Lubezki y la ambientación, pero los actores —ese plantel excelso— revolotean con indisimulado desconcierto ante una trama que casi parece ser más una excusa de salvación hacia la mala prensa que ha tenido últimamente su amigo el director.
Pese a todo, la obra tiene un buen arranque y, despojada de su tercer acto, la película es disfrutable durante los primeros compases, cuando parece que va a ser lo que finalmente termina no siendo. Una pena.