


La imagen es inestable, como en esas bazofias mockumentary de terror. Cuesta un par de segundos darse cuenta de que se trata de un vídeo casero auténtico, con mucho grano y evidencias del paso de los años. La cinta es, quizás, de los 90. Algarabía y caras adolescentes, una de ellas vagamente familiar, en una fiesta de cumpleaños donde no parece haber ningún adulto.
La cara familiar mira a cámara procurando seducir, jugueteando con un chupa-chups y con una sonrisa que ilumina casi todo el encuadre. Cuando aún estamos tratando de rebuscar en la memoria dónde hemos visto esa cara, la voz de la camarógrafa, apenas una niña, explica fuera de cuadro que es su decimotercer cumpleaños y que lo está celebrando con sus amigos, a quienes enfoca sentados en las escaleras de acceso al segundo piso, y a quienes presenta citando sus nombres de pila.
Jugueteando todos con los chupa-chups y haciendo el imbécil, como todos los púberes, bromean con la portadora de la cámara y se arrancan en un improvisado Cumpleaños Feliz. La tonadilla es tímida y desacompasada, al principio, pero enseguida consiguen cantar juntos. A pesar de ello, una voz entre las demás resalta de manera palpable. Es una voz rotunda, sedosa y con ese desgarro que sólo tienen las viejas divas del jazz de los años 40 y 50. Te llega dentro, te golpea y te remueve hasta la médula espinal.
Esa voz, de pronto lo llena todo, acalla a las demás y se queda sola, acaparando todo el protagonismo, anacrónica y hermosa hasta el límite de lo aceptable. Única. Los dos segundos que siguen al final del Cumpleaños Feliz son de un silencio absoluto, un silencio que pesa como el plomo. Esa voz extraterrestre y fuera del tiempo, en un cumpleaños en la Inglaterra de mediados de los noventa, es la de una carismática Amy Winehouse con 15 años. Así comienza el documental sobre la cantante, dirigido por Asif Kapadia, con el sencillo título de Amy.
La cinta pretende relatar la breve y triste biografía de la malograda artista británica, utilizando sus propias declaraciones y las de sus familiares y amigos más cercanos, mezclándolas con fragmentos de vídeo caseros y de archivo —muchos inéditos—, actuaciones, entrevistas, fotografías… Un intento —inútil, quizás, dada su trascendencia pública— de mostrar, como preconiza el título en su versión española, a la chica detrás del nombre.
Kapadia busca homenajear y recordar a la artista, trasladar un testimonio personalista de lo que pudo ser y no fue
Es digna de elogio, por parte de Kapadia, la especial sensibilidad para relatar la historia, sin necesidad de ceñirse estrictamente a la linealidad clásica del planteamiento, nudo y desenlace. Ese tacto, que sólo está al alcance de unos pocos, para mantenerse lo más equidistante posible y contar lo que se pretende, simplemente uniendo las piezas de ese complejo puzzle que es una vida. No quiero decir con ello que el director sea objetivo, pues dudo que lo pretendiera. Kapadia busca homenajear y recordar a la artista, trasladar un testimonio personalista de lo que pudo ser y no fue, a todo el que quiera y sepa mirar.
Más allá de lo turbulento de su existencia, más allá de sus problemas de bulimia, drogas, alcohol, inseguridad, autoestima y carencias afectivas, Amy Winehouse fue una artista excepcional, una cantante fuera de serie como no escucharemos, posiblemente en décadas. Una outsider a la que Tony Bennet situó a la altura de grandes como Ella Fitzgerald, un juguete roto prematuramente en manos de una industria inmisericorde, víctima de sus propias decisiones y de una fama que la superó por completo. Por encima de las polémicas mediáticas, causadas por el malestar de su familia tras el visionado de la cinta, pues no sale bien parada, Amy es un producto merecedor de todos los elogios, tanto por su forma como por su fondo.
Además de recomendable para fans de la cantante, es una película muy apropiada para los jóvenes. En tiempos de reggaetón y electrolatino, no está de más recordar lo que es la música de verdad y, procurando evitar la mitomanía, lo que es (era) una artista con mayúsculas.
También nos lanza un indirecto dardo a todos nosotros, los consumidores del amarillismo de los medios de masas, que en su día asistimos impasibles e indiferentes —puede que cómplices— a la autodestrucción de un ser humano tremendamente frágil y que, no obstante, fue uno de los talentos musicales más destacados y arrolladores de nuestro tiempo. Amy, de Asif Kapadia, es toda una perla cultural —probablemente inmortal, como su protagonista— de finales del siglo XX y principios del XXI. Imperdible.