


El escritor Antonio Gala ha contado alguna vez que él no supo cuánto lo quería su padre hasta sus últimos años de vida en los que, con la cabeza perdida por la enfermedad, no hacía más que hablar con orgullo de su hijo sin saber que lo tenía delante; sin reconocer que era él quien le estaba cuidando. Algo parecido a ese reconocimiento sustenta la base de una película a priori tan lejana como Anacleto: la historia del reencuentro paternofilial; el reconocimiento de la verdadera naturaleza del progenitor y, en consecuencia, el descubrimiento que hace el protagonista sobre su propia identidad.
Porque, en el fondo, Anacleto es una historia del paso de la infancia a la madurez; la forja de un héroe que abandona el mundo ordinario de una vida apática e insulsa a otra cargada de emoción en compañía de un inesperado mentor. Una historia, en definitiva, de autoconocimiento y liberación empaquetada, eso sí, como una exagerada comedia.
Nadie que haya leído los tebeos de Vázquez Gallego puede aproximarse a la película esperando otra cosa que el más absoluto disparate, la más delirante parodia del mundo del espionaje.
Adolfo es un joven triste y aburrido que trabaja con su amigo de toda la vida como vigilante nocturno. El día que su novia le deja le atacan en su casa, y el joven descubre una serie de habilidades que desconocía con las que logra reducir a su agresor. Cuando atacan la masía de su padre, éste termina por contarle el secreto que le ha estado ocultando toda su vida. En vez de charcutero, Anacleto es agente secreto y corren máximo peligro: el malvado Vázquez, archienemigo de Anacleto, ha escapado de prisión y jurado vengarse de su captor.
Nadie que haya leído los tebeos de Vázquez Gallego puede aproximarse a la película esperando otra cosa
Con una premisa sencilla y una trama sin demasiadas complicaciones, Anacleto cumple lo que promete. El guión va más allá del mero chiste de diálogo, y las coreografiadas escenas de acción aportan un montaje rítmico a todo el film. Los giros, casi siempre inesperados, dinamizan una aventura trepidante protagonizada con esmero por un plantel sobresaliente en el que destacan los secundarios cómicos, en especial Alexandra Jiménez, Berto Romero y Carlos Areces junto a un Imanol Arias en un registro distinto al que nos tiene acostumbrados. La factura visual, además, es de nota.
Si se le puede encontrar alguna pega a la película dirigida por Ruiz Caldera es quizá el trazo grueso del humor, algunos chistes facilones que vienen sembrados en lo obvio, y una resolución que por típica resulta un tanto predecible. No obstante, nada de esto es óbice para que se pueda disfrutar de una parodia si acaso un punto más seria que otros trabajos anteriores del equipo como Spanish Movie o Tres Bodas de Más.