Cosa más mala es esto del ciberespacio.
La semana pasada Jordi Évole emitió un Salvados que venía a decir algo así como que los hackers pueden conseguir muy fácilmente todas nuestras claves y acceder a nuestros mensajes y correos electrónicos. Pánico en las redes. De pronto una oleada de gente tapó con celo la cámara de sus ordenadores, borró sus cuentas de facebook y se escondió debajo de la colcha en posición fetal. Claro, a Évole se le olvidó decir que, igualmente, cualquier amigo de lo ajeno puede rompernos la luna del coche, la cerradura del piso o el candado de la taquilla del gimnasio y robarnos hasta los calzoncillos. Pero la cosa no iba de robos. La cosa iba de la información y privacidad en la era digital, que es un tema muy de moda.
Resulta que hace varios días dio señales de vida uno de los creadores de Youtube con un mensaje de queja por la nueva política de Google para con los comentarios en la famosa red de vídeos: ahora los usuarios, para poder comentar, se tienen que crear un perfil en la red social del todopoderoso buscador, Google+. La finalidad, además de canalizar todo el tráfico a través de su red y obligar a todo el mundo a participar de la misma, es la de limpiar Youtube de comentarios soeces, troles y otros. Los temidos hackers no tardaron en reaccionar. Igual que los youtubers. Sí, los mismos que cuelgan vídeos de sí mismos y tienen millones de seguidores, resulta que ahora son recelosos de su privacidad.
La cosa, no obstante, tiene su aquél. Vivimos en una época en la que la privacidad, tan valorada, está prácticamente perdida. Colgamos nuestros currículos en LinkedIn, nuestras historias personales en Facebook, nuestros pensamientos más espontáneos en Twitter… A la hora de la verdad, la privacidad nos la trae al pairo. De hecho, casi vamos en el sentido contrario: vamos hacia el exhibicionismo. Ahora bien, no exageremos. Cada uno y cada cual sabe muy bien lo que cuelga y lo que no; lo que comparte y con quién. Vale que hay por ahí algún despistado que no se acuerda de que se hizo amigo en facebook de su jefe. Pero son los menos. Cada hijo de vecino tiene su propio umbral de la privacidad. Cada uno es consciente en la sociedad en que vive de lo que puede o no puede decir.
Lo de vigilar nuestros correos y mensajes es malo. Sí. No hay vuelta de hoja. Está mal, pero ya hemos visto que para eso sí tenemos algunas leyes que nos respaldan, y hacerlo implica romperlas, como entrar en nuestro coche, como asaltar nuestra casa, ya saben. También el tema de la calumnia o de la difamación: hay medios, hay recursos legales que nos respaldan. Igual que el ciberacoso: hay soluciones, hay cuerpos de seguridad. Igual que la discriminación por motivos políticos o intelectuales o religiosos… al menos en teoría.
Más que prevenir el exhibicionismo creo que se debería luchar contra el anonimato. Personalmente me parece que ser anónimo en la red hoy día es un privilegio que solo deberían tener aquellas personas que necesitan ser desconocidas, principalmente por motivos de seguridad o por el bien común. Las fuentes periodísticas y gente así. El resto, todos bien localizaditos. Ya sea para opinar en un blog, para poner un tuit o para ligar en una página de contactos. Piénsenlo un momento: lo que fomenta el ciberacoso no es que una chica cuelgue en su perfil lo que le dé la gana, sino que el acosador pueda esconderse detrás de un perfil ilocalizable; lo que da alas al insultante troleo que infecta las redes sociales es que un usuario pueda esconderse tras una dirección de correo falsa y un perfil falso.
Ya, ya sé. Da la impresión de que estar a cara descubierta en la red es una osadía. Que van a coger tus datos y vendérselos al mejor postor. Que van a poder localizarte y utilizar tu información en tu contra. Que vas a terminar pidiendo asilo en alguna embajada de Ecuador por lo que vas a poner en tu tuit. Mejor hazte un perfil falso, deja un correo de mentira, no sea que te puedan localizar. Y así, además, puedes llamar hijoputa al que escribe el post, al que publica el video, o al que opina en la red y despacharte bien a gusto. Pregunten a Toni Cantó, que conoce a más de uno y más de dos anónimos del twitter, a ver qué piensa.
Pero es que, a la hora de la verdad, no tiene ningún sentido. O eres un profesional del hackerismo, o tu rastro va a quedar en la red por anónimo que quieras presentarte. Incluso los comentarios insultantes que llegan a este blog de parte de usuarios anónimos —y que el filtro desvía directamente a la carpeta de spam— vienen perfectamente identificados: ip y otros datos, ya saben. En caso de amenazas graves no es complicado averiguar la dirección y el nombre de la persona detrás de la cuenta falsa de hotmail, o de sus padres. Con twitter ocurre exactamente lo mismo. ¿O qué se pensaban? ¿que detrás de su dirección falsa de andar por casa no hay códigos y demás datos que les identifican a la perfección?
La realidad es que estamos en un punto de inflexión. O se está en las redes, o no se está. La política de privacidad famosa en la que permites que hagan de todo con tus datos es de firma obligada —si quieres estar, claro—. El anonimato, en último caso, no es una opción realista. Por tanto, se convierte en una cuestión de principios: estar o no estar. Las medias tintas no valen de mucho. Piensa en tu curriculum, piensa en tus amigos, piensa si te merece la pena.
La red, es lo que tiene.