


La primera aparición del superhéroe Aquaman en el marco cinematográfico del Universo Extendido de la editorial de cómics DC se produjo en La liga de la justicia (Zack Snyder, 2017). En ella, Bruce Wayne/Batman trataba de organizar una cuadrilla de superhéroes para enfrentarse a un mal cosmogónico-mitológico que amenazaba la paz en el planeta. El héroe acuático, ya desde entonces encarnado por las anchas espaldas de Jason Momoa, se presentaba como un hombre lejano, esquivo y bastante mal encarado al que sólo localizaban en las tabernas de pequeñas ciudades costeras de Escandinavia. Por ello no deja de resultar extraño que en esta nueva entrega del mismo universo el personaje se haya convertido en un fanfarrón simpático que disfruta haciéndose selfies con sus camaradas de bar.
El argumento que se nos presenta recuerda bastante a las primeras entregas de la saga Thor de la empresa rival. La crisis que arrastra la monarquía del fantástico reino subacuático de Atlantis parece que puede tener repercusiones en el mundo terrestre. Empeñado en lograr el poder supremo de los océanos, el hermanastro de Aquaman trata de ganarse el favor de todos los reinos bajo la mar para erigirse monarca supremo y emprender junto a todos ellos una guerra sin cuartel contra los humanos en venganza por un siglo de contaminación de sus aguas. Aquaman, hijo mestizo entre ambos mundos, el terrestre y el submarino, tendrá que recuperar el tridente del mítico rey Atlan —una especie de Éxcalibur para tritones— con el fin de hacerse con el trono y así evitar la guerra.
Lo narrativo es predecible y hasta tedioso, y lo estético abandona el tono péplum de la propuesta de Zack Snyder para abrazar un carácter hortera y chabacano hasta rozar el ridículo
Frente al Universo Cinematográfico de Marvel, su más directa competencia, la casa DC, pese a tener personajes en general más profundos y con arcos mejor definidos, no deja de proponer remedos tanto en lo visual como en lo narrativo, con temáticas y propuestas que terminan distando mucho, cualitativamente hablando, de sus precedentes en la factoría rival. No se puede hablar —como muchos esperaban— de una película buena proveniente de DC. Lo narrativo es predecible y hasta tedioso, y lo estético abandona el tono péplum de la propuesta de Zack Snyder para abrazar un carácter hortera y chabacano hasta rozar el ridículo —lo cual recuerda mucho, una vez más, a lo que ha pasado con Thor—.
En esta ocasión, no obstante, el director James Wan, conocido por sus éxitos en el género del terror —está detrás, entre otras, de las franquicias Saw y The Conjuring—, sí logra varias escenas de acción con interés en lo visual, como la primera pelea que protagoniza Nicole Kidman en plano secuencia, o la persecución por los tejados de un pequeño pueblo italiano.