Dan es un joven restaurador de archivos audiovisuales empleado en un museo. En su día a día trabaja con película en formatos analógicos, cintas en VHS, formatos magnéticos de otro pelaje y demás registros fotosonoros arrastrados al olvido por la marea digital. Un día, un misterioso millonario le hace un encargo: tiene que tratar de restaurar una colección de cintas Mini-DV que sobrevivieron a un incendio en los años 90. Contienen los apuntes de una doctoranda llama Melody que trataba de hacer su tesis en Antropología sobre los habitantes del Edificio Visser, en Nueva York.


A Dan le ofrecen cien mil dólares por el trabajo, siempre y cuando sea confidencial. El único problema es que tiene que trasladarse a una casa tipo búnker aislada en mitad del campo para realizarlo. Las cintas no pueden salir de allí, ni tampoco puede recibir visitas ni revelar el contenido de lo que encuentre. Además, dados sus antecedentes de problemas mentales, estará videovigilado en todo momento. Dan no acepta de primeras, pero sus padres también murieron en un incendio cuando él era pequeño. En un fotograma de las cintas ve que Melody tenía un perro muy parecido al que tenía en su infancia. De alguna forma, siente que tiene que hacerlo.
Melody murió junto a todos los vecinos del edificio en el citado incendio, aunque nunca se encontró su cadáver. Todo lo que queda de ella es la investigación que fue realizando a través de sus grabaciones. Y las grabaciones, además de deterioradas, están desordenadas y tienen instantes ilegibles, con fragmentos grabados encima de otros fragmentos. No obstante, en ellas se ve que Melody empezó a descubrir prácticas ocultistas realizadas por una especie de secta dentro del edificio. Una secta peligrosa.
Conforme pasan los días, el aislamiento y el trabajo hacen mella en el joven restaurador. Cree empezar a ver cosas raras en los instantes ilegibles de las cintas; cosas que parece que salen de la pantalla. También empieza a preguntarse los motivos del millonario y de la empresa para la que trabaja. Comienza a investigar el propio búnker donde se encuentra, descubriendo dobles paredes, pasadizos y archivos ocultos. No obstante, cuando ve que su propio padre aparece en las cintas de Melody se convence de que ni su contratación ni nada de lo que está sucediendo es casual, y que, quizá, el perro de Melody sea a fin de cuentas precisamente el suyo.
Del podcast a la pantalla
Archivo 81 nace como podcast de la mano de Daniel Powell y Marc Sollinger en 2016, y alcanza un notable éxito en sus tres temporadas. En su desarrollo como ficción sonora, la trama se valía de las grabaciones orales de la protagonista, desplegando la ficción a través del relato dentro del relato, como también hace la adaptación de Netflix, si bien con menos orden y didactismo. Se deja al oyente la libertad de componer el relato, sorprendiendo cuando un nuevo investigador irrumpe en escena para declarar que el narrador de las anteriores temporadas ha desaparecido.
Según cuentan los creadores en diversos artículos, la idea surgió a partir del trabajo de uno de ellos en un archivo sonoro, donde se pasaba el día oyendo grabaciones de ruidos extraños. Grabaron la primera temporada en sesiones de fin de semana, y poco a poco fue alcanzando notoriedad entre los usuarios de Reddit y otros foros.
De la mano de su showrunner, Rebecca Sonnenshine, y con el aval de Atomic Monsters, la productora de James Wan, la ficción aterriza en Netflix en enero de 2022 y llega a ser una de las ficciones más vistas en su Top 10. No obstante, no logró mantener el puesto y fue cancelada tras una única temporada, lo que deja a los fans con el relato colgado tras los cliffhangers correspondientes.


Una multitrama en tres tiempos
Una de las cuestiones curiosas de la serie es que estructura su trama en tres tiempos diferentes, y con tres protagonistas diferentes. Por un lado, Dan vive su propia historia mientras trata de restaurar las cintas de Melody. Además de estar atrapado y vigilado en el complejo en mitad del bosque, la intrahistoria que vincula a su padre con la narrativa de la desaparecida será el motor que relaciones sus recorridos vitales. A esto se unirán los descubrimientos que va haciendo en el lugar donde se encuentra confinado, y que le harán sospechar sobre las motivaciones reales de la empresa que le ha contratado.
Melody, por su parte, es la que sostiene la segunda trama. Ubicada en los años noventa en el interior del desaparecido Edificio Visser, la doctoranda registra en su cámara todo lo que va experimentado en el propio inmueble, donde se traslada a vivir durante su investigación. Allí, además de las entrevistas a los habitantes, registrará toda una colección de sonidos e imágenes misteriosas de los acontecimientos sobrenaturales que van teniendo lugar y que, de alguna manera, la vincularán con su desaparecida madre, a quien tratará de encontrar.
En tercer lugar, la narración en un momento dado se traslada a los años veinte del siglo pasado, al mismo Edificio Visser en su instante de mayor gloria. Allí, tomará la narración de los fundadores de la secta, desentrañando las consecuencias de sus crímenes y las repercusiones sobrenaturales que tienen en los acontecimientos de la actualidad.


Del found footage al analog horror
El concepto de found footage es ampliamente conocido, siendo además algo muy popular en el cine de terror. Se pueden trazar precedentes de la filmación subjetiva en obras como La dama del lago (Robert Montgomery, 1946), El fotógrafo del pánico (Michael Powel, 1960) o Halloween (John Carpenter, 1978), y de la idea concreta de “filmación recuperada” en obras de género como Holocausto Caníbal (Ruggero Deodato, 1980), El proyecto de la bruja de Blair. Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), Cloverfield (Matt Reeves, 2008) o El último exorcismo (Daniel Stamm, 2010), entre muchos otros.
Se trata de un formato que trae consigo ya varias premisas dramáticas. La primera de ellas es la incógnita del found, que sugiere que la historia sucede más allá de lo registrado ante la cámara, y que a los autores originales les ha sucedido algo irremediable. En segundo lugar, se trata de un formato donde la incorrección técnica (desencuadres, desenfoques, interferencias, cortes en la imagen o en el audio…) no solo es tolerada sino que se traduce en la percepción de una mayor veracidad, pues la falta de edición sugiere más realismo.
En la serie, el metraje encontrado juega una doble vertiente. Por un lado, las cintas en Mini-Dv de la protagonista suponen una primera incursión en el territorio del found, si bien no se atiende en rigor absoluto a él: habrá instantes que se mostrarán exclusivamente a través de la mirada subjetiva de la cámara mientras que otros se narrarán de forma más “convencional”, trasladándonos a la diégesis de la doctoranda. Por otro lado, la narración de los años veinte se recuperará a partir de una grabación en 8 mm en celuloide.
El analog horror está íntimamente ligado al medio magnético recreado para el entorno digital de YouTube. Obras como Local 58, Gemini Home Entertainment o Monument Mythos no solo toman la estética derivada del found footage, sino que la llevarán a un nuevo nivel de interacción con la comunidad de fans. En Archivo 81 esta estética está citada de forma explícita. No solo en la grabaciones de culebrones emitidos por la televisión noventera que realiza uno de los personajes compulsivamente, sino por el prólogo que antecede a la mayoría de los episodios, donde se juega con las proporciones y distorsiones propias de las emisiones televisivas de aquella época.
Se trata, por tanto, de una ficción que habla y apela directamente al público de redes y de YouTube, al tiempo que homenajea de forma muy notable el desarrollo tecnológico que hace posible el medio digital.


Cliffhanger interruptus
Como ya se ha dicho, la cancelación de Archivo 81 después de su notable primera temporada deja a los fans en el más absoluto desconcierto. No solo quedaron tramas abiertas, sino que además se aprecia que claramente el desarrollo de la ficción alcanzaba sus puntos más álgidos en lo que estaba por venir.
Resulta curioso que Netflix, antaño rescatadora de ficciones condenadas al olvido como la sobresaliente The Killing afronta un cambio radical de política editorial. Los motivos esgrimidos para la cancelación del producto son los económicos, algo a todas luces poco creíble para una serie con apenas una sola localización y un elenco reducidísimo de actores no conocidos.
La serie, que sabe mezclar con acierto el thriller conspiranoico con la trama sobrenatural y el terror ocultista y urbano de los edificios malditos de Nueva York sin duda merece un visionado, aunque sea para llegar a un final inconcluso y abierto.