


La llegada a cartel de cualquier película de los hermanos Coen promete de primeras una visión al tiempo ácida y crítica del tema que aborden. Su visión del mundo sugiere un tono irredento y procaz que suele ser capaz de retratar con sorna realidades a menudo crudas, esquivas o polémicas. En esta ocasión giran su foco hacia el Hollywood bienpensante de los cincuenta dispuestos a no dejar títere con cabeza, si bien el resultado les ha quedado descafeinado.
Con un reparto repleto de rostros conocidos, ¡Ave César! nos pone en la piel del jefe de un gran estudio en el Hollywood de plena Guerra Fría. Se retrata una época «dorada», como tantas otras, de la Meca del Cine que ve con temor cómo el avance de los tiempos cuestiona su subsistencia. La televisión ha irrumpido en los hogares estadounidenses acrecentando en la industria un miedo equiparable al que siente toda la nación hacia el enemigo soviético. Esto ha motivado la necesaria producción de grandes, muy grandes películas: apoteósicos péplum de gigantescos decorados, sorprendentes coreografías subacuáticas, melodramas de alto copete para lucimiento del star-system y musicales de salón alternados con la rentable serie B de indios y vaqueros acrobáticos. El protagonista, interpretado por un aséptico Josh Brolin, dirige el caos en un instante conflictivo por diversos motivos de prácticamente igual importancia: está dejando de fumar, le han ofrecido un empleo mucho mejor pagado en la industria aeronáutica y un grupo de guionistas, exaltados por el comunismo, ha secuestrado a la principal estrella del estudio.
El habitual tono ácido de los Coen se torna más ácido aun al mirar hacia la hipocresía de uno de los momentos históricos aparentemente más vergonzantes de la industria. El filme juega con la oposición de contrarios para remarcar la doble moral y la falta de escrúpulos de una época que no debió alejarse demasiado de lo que se parodia en pantalla. La visita diaria matinal al confesionario para por las noches amañar algún matrimonio concertado que justifique el repentino embarazo de alguna actriz; el debate teológico con sacerdotes y rabinos sobre la conveniencia de la próxima producción bíblica mientras se orquesta la ocultación de los escarceos homosexuales de su protagonista; el éxtasis de la lucha comunista materializada (no podía ser de otro modo viniendo de los Coen) en un maletín lleno de dinero…
Situaciones paródicas hiladas sin demasiada continuidad entre ellas que no terminan de cuajar en la carcajada
El humor, no obstante, resulta forzado en una sucesión de gags que no se ven acompañados por una trama potente —de hecho, el conflicto se antoja francamente esquivo—. La película parece una recopilación de situaciones paródicas hiladas sin demasiada continuidad entre ellas que no terminan de cuajar en la carcajada del respetable, que ofrece si acaso una media sonrisa de compromiso, principalmente por eso de que son los Coen.