


Voy a refugiarme en la línea editorial de este blog, que desde su propio nombre indica que no seguimos dogmas ni imposiciones doctrinarias sobre lo que es bueno o es malo en cada uno de nuestros ámbitos, para decir lo siguiente: No conozco al dedillo toda la filmografía de Woody Allen, y de las que he visto, ni siquiera todas me gustan.
Soy consciente de que muchos ya no estaréis leyendo este párrafo, qué le vamos a hacer. A los que seguís, os animo a dejar abajo comentarios sobre qué Woody Allen os convence y cuál no. Personalmente, me marcó Desmontando a Harry . Matchpoint me parece un drama soberbio que quita el hipo, y Balas sobre Broadway una de las películas más completas que he visto. Pero luego viene una serie de películas que me dejan bastante frío, como Melinda y Melinda o Scoops y otras directamente no me gustan nada, como Vicky Cristina Barcelona.
Todo esto para mostrar que no soy sospechoso al afirmar que Blue Jasmine, la cita de este año del cineasta de Manhattan con los espectadores, es una película magistral, clásica en su arte poética, «muy Woody Allen». Todas las marcas de la casa están presentes y ya no le falta alma, algo de lo que adolecían sus películas de un tiempo a esta parte. Sin exageraciones, sin extravagancias, sin salidas de tiesto, de su tiesto.
Inicio de la película, carta de presentación: los mismos títulos de siempre, la irrenunciable banda sonora de siempre. Y abruptamente nos encontramos con uno de los personajes más completos que se hayan visto en el cine últimamente, el auténtico vértice de la película. Jasmine se muda a casa de su hermana, una palurda con la que no le unen ni los genes, ya que ambas son adoptadas. Y ahí es cuando la película empieza a fascinar y comenzamos un viaje para resolver un gran enigma: ¿Por qué Jasmine, pija de Manhattan, tiene que vivir con una hermana paleta de la costa oeste a la que desprecia?



Esta premisa, que podría dar lugar a una comedia de los Farrelly o una sit com, le sirve al director para entretejer una maraña narrativa de flashbacks y forwards, creando una vinculación entre pasado y presente que se complementan y se explican mutuamente, haciendo al espectador partícipe —de una manera menos presuntuosa que en Midnight in Paris— de dichas conexiones causa-efecto. Y lo hace de una manera tan aséptica que a veces es difícil distinguir entre tiempos, dando como resultado la sensación de que, en realidad, Jasmine nunca cambia.
El personaje interpretado de manera epatante —me mojo: nominación al Oscar segura— por Cate Blanchett cae mal, o no, causa lástima, o burla. Esta mujer está construida a base de contrastes. Lamparones de sudor en sus axilas afean su ropa de Channel. Verborréica pero de mirada triste, Uno no sabe si odiarla o tener condescendencia con una mujer que es víctima y agresor a la vez, cuyo rostro esquizofrénico muestra el dolor que siente así como el desprecio por una hermana que a pesar de ser una perdedora, de ser el patito feo, la oveja negra o el animal estrellado correspondiente, sabe triunfar entre la mugre de su existencia. Este contrapunto de hermanas y de actitudes ante la vida hace mucho más ambiguo el debate postcine, son dos fuerzas telúricas enfrentadas, símbolo de las dos Américas. Dos mundos completados por los diferentes amantes de cada una, secundarios de auténtico lujo y que tampoco desequilibran la balanza. Aquí nadie es inocente, y todos están perfectos en sus interpretaciones.
Blue Jasmine, en fin, es la historia de una caída en picado, un descenso a los infiernos que, y no quiero «espoilear» mucho, no termina en el planteamiento inicial, y esta Jasmine —nombre que le pone el hombre al que amó y que la destruyó, clara metáfora de su despersonalización— es un personaje dantesco condenado a un eterno retorno del que, quizás, ella es la responsable.
Actuaciones magistrales, historia como un camino de miguitas de pan hacia el desenlace, dirección impoluta… Para mí, podio del último Woody Allen junto a Matchpoint y Midnight in Paris.
Si todavía te da pereza este genio del cine, puedes empezar por esta.