La obra de Greta Gerwig sobre la muñeca más conocida de la historia es más que una película. Por un lado, es todo un alegato feminista construido desde la dialéctica intelectual que maneja, de forma soberbia, el humor y la sátira para transmitir un determinado mensaje. Por otro lado, es un fantástico anuncio de casi dos horas patrocinado en la producción por la casa Mattel, empresa responsable de la muñeca que da nombre a la película.



En el idílico y matriarcal mundo de Barbilandia, la Barbie más estereotípica empieza a tener problemas existenciales. Consultado el oráculo local, decide que tiene que viajar al mundo real y encontrar a la niña que está jugando con ella y transmitiéndole sus neuras. Ken, el novio florero de Barbie, decide acompañarla y es él quien, en el mundo real, descubre las ventajas del patriarcado. De vuelta a su tierra de origen, es Ken quien coliga a todos los de su género para instaurar lo que ha conocido en la realidad. Barbie, junto al resto de sus compañeras, tendrán en buscar la forma de romper el patriarcado de Ken y volver a instaurar el orden femenino, eso sí, admitiendo algunas concesiones igualitarias.
En el mundo binario de Barbie, de mujeres perfectas y hombres musculados, sólo hay dos vertientes posibles: o la idealizada de ellas, o la testosterónica de ellos
La película, de este modo, se aprovecha de la sátira a partir de la guerra de sexos para ofrecer un retrato de la sociedad actual y las discriminaciones constantes y a menudo desapercibidas que sufren las mujeres. La obra no niega su juego, ofreciendo una construcción formal que trata constantemente de negar la diégesis y donde hasta la cineasta irrumpe para matizar sus propias decisiones de casting. Eso sí, siempre desde la óptica humorística y la comedia disparatada.
Lo curioso de la obra es que, a pesar de su impronta feminista, se encela en mostrar una dialéctica de opuestos. En el mundo binario de Barbie, de mujeres perfectas y hombres musculados, sólo hay dos vertientes posibles: o la idealizada de ellas, que incuso en su imperfección son inmaculadas, o la testosterónica de ellos. La única alternativa integradora está representada en el personaje de Alan (Michael Cera), pero es minusvalorada en todo momento como el alivio cómico de la sátira. Es decir, el hombre comprensivo, conciliador e inteligente… el aliado, es un chiste.
Pese a todo, la película de Gerwig se planta como una parodia divertida, bien calibrada y muy disfrutable, con un Ryan Gosling entregadísimo a la causa y una Margot Robbie que, una vez más (y ya van unas cuantas a lo largo de su carrera) es capaz de desafiar el canon sin llegar a salirse por completo de él, creando personajes femeninos carismáticos, multifacéticos y muy interesantes.