Ha sido tocar el Óscar y estrenarse la serie de Cuarón.
Bueno, de Cuarón y de J. J. Abrams, claro. No podía ir una cosa sin la otra. Believe es una propuesta que quiere ser diferente, pero que ofrece muchos rasgos comunes con otras cositas que ya hemos visto por ahí. ¿No recuerdan a Keifer Sutherland y el niño de los números de Touch? Pues viene a ser algo por el estilo. Aquí el tráiler:
La premisa de la serie es sencilla: dos grupos enfrentados, uno bueno, otro malo, que intentan respectivamente proteger y capturar a una niña con superpoderes. No hay que imaginarse mucho más, ¿verdad? Lo más interesante del asunto es el personaje que ponen al cuidado de la niña: un prófugo que se ha librado de la inyección letal en el primer tercio del primer capítulo y que —ojo, que viene spoiler— resulta ser el padre de la muchacha —tampoco es tanto spoiler, a ver, lo dicen justo al final del capítulo—. Juntos tendrán que compartir las peripecias de una vida como prófugos: él de la justicia y ella del grupo de villanos que desean capturarla.
Es una serie ligera. Nada de oscuridades ni intrigas ni cosas por el estilo. El bien muy bien, muy bueno, muy santo, y el mal muy terrible y salvaje. No es para darle demasiadas vueltas ni para pensar demasiado. No hay terrores góticos, ni brujas, ni monstruos, ni psicópatas asesinos sistemáticos. No. Solo gente pobre con poderes y gente poderosa dispuesta a todo por hacerse con ellos. Un puntito, quizá, de intriga con respecto al pasado de los protagonistas, pero poco más. O al menos eso es lo que deja entrever el piloto.
La factura visual es un poco inquietante. Cuarón dirige este primer episodio y firma como creador de la serie, por lo que tendremos que echarle la culpa a él. Por un lado, destaca el empleo casi constante del plano secuencia y del gran angular propio del director. Recuerden su Harry Potter… Por otro, la cámara en mano durante casi casi todo el recorrido de la ficción resulta chocante. De hecho, todavía no sé como tomármelo. Supongo que para algunos será la genialidad más acertada desde los experimentos que hacía Peter Kubelka; para otros será simplemente una muestra mareante de cine casero con estabilizadores caros.
El ritmo es desenfrenado. El primer episodio es un sinvivir de carreras y persecución tan rebuscada como irreal, aunque, bueno, no deja de ser una serie de ciencia ficción. La villana muestra su maldad en la primera escena, y de ahí cualquier cosa que esté por venir es peor. Eso sí, no hay tiempo para sutilezas: en apenas cuarenta minutos de serie hay un desenfreno tal que no queda otra que soltar todo lo que se pueda ir explicando así, de viva voz, que a la niña le tiene que dar tiempo a mostrar sus poderes mágicos y a dar una idea concreta de que ella, y los que van con ella, son amigos de la paz —no llevan armas, lo dicen claramente hasta en tres ocasiones—. Eso y lo de «I believe in you», que es la consigna de la propuesta.
Cuarón puede darse con un canto en los dientes. Y la NBC también. La canonización oscarización trae sus ventajas para el cine, pero también para la tele. Su nombre aparece en primer término, junto al de Mark Friedman, el otro creador desconocido del asunto. J. J. Abrams solo aporta su granito de arena a parte de la producción, pero sin pringarse demasiado, que está el hombre liado con lo de Star Wars, y lo de Almost Human, y lo de Person of Interest, y lo de… ¡no para!
Todavía es pronto para dar un veredicto, y creo que es justo otorgarle una oportunidad de engatusarnos. Eso sí, lo que me atrae de su planteamiento, debo confesar, es más la relación paterno-filial de la pareja protagonista que los poderes mágicos o la acción más pura y trepidante. Ese padre que no sabe que lo es; esa niña que es mil veces más inteligente que el padre sin usar los superpoderes; esa fuga conjunta… En cierta forma me ha recordado un poco a Paper Moon —la película que hizo Ryan O’neal con su hija Tatum muchos años antes de que intentara flirtear con ella en un funeral—. Paper Moon es un peliculón, y mira, por ahí sí que me han convencido. Veremos qué tal.