A sus 83 años, Paul Verhoeven cuenta en su trayectoria con más de una treintena de películas como director. No obstante, es más conocido a nivel mundial por una sola escena: aquella en la que le pidió a Sharon Stone que se quitara las bragas para rodar el que dicen que es el cruce de piernas más famoso de la historia del cine. En su haber tiene títulos variopintos que van desde la brutalista Robocop hasta la malísima —aunque ahora de culto— Showgirls. Su último trabajo, nominado a la Palma de Oro en Cannes, adapta la vida de la hermana Benedetta Carlini, abadesa del siglo XVII que, además de sentir epifanías místicas, vivió un romance homosexual entre las paredes del convento.



Existe en los recovecos del cine de serie serie B una corriente que mezcla el erotismo con la vida monacal. El nunsploitation, propio de los años setenta, explora el conflicto entre lo sagrado y lo profano a menudo pecando —nunca mejor dicho— de centrarse más en lo segundo para el deleite de una mirada voyerista. Benedetta, ya desde su propio cartel inicial —luego censurado—, en el que se muestra un pezón sobresaliendo bajo el hábito de una novicia, parece querer acercarse a este subgénero o, al menos, aprovecharse a través del homenaje de su mala fama y su capacidad de provocación, que siempre ha dado tan buenos resultados en taquilla.
Sin embargo, la película es más bien pacata en lo que a la relación lúbrica se refiere. Su puesta en escena apunta más hacia la provocación de lo sacrílego —el consolador fabricado con una imagen de la Virgen María— que hacia la búsqueda real de la intimidad entre dos mujeres que tienen que ocultar su romance. De hecho, más que los instantes sexuales, terminan llamando la atención los instantes escatológicos, en el sentido fisiológico del término.
La presentación de la parte mística de la protagonista, del mismo modo, queda en la ambigüedad de lo onírico, entre lo imaginado y lo soñado. No se termina de saber si los estigmas que muestra la monja son reales o ficticios, o de ambos tipos, en un relato que pervierte deliberadamente la percepción del espectador en su desarrollo.
Así pues, alejada de la serie B, lo más interesante de la obra es sin duda la lucha por el poder dentro de los muros del convento y la rivalidad con la madre superiora interpretada —no podía ser de otro modo— por la siempre solvente y siempre ambigua Charlotte Rampling. Es en este duelo de mujeres donde se vislumbra un relato de calado que pone de relieve las creencias y la opresión de la feminidad y la homosexualidad en una época que, a tenor de los últimos acontecimientos sociales, no parece que sea tan distante como debería.