No voy a alargarme en explicaciones de por qué no me gustó el episodio inicial. Ya me explayé bastante en el otro post y en su análisis escena por escena. Simplemente creo que es de destacar los grandes avances que presenta este nuevo capítulo, así como los fallos que, en mi opinión, también ha tenido.
La propuesta juega con el cuento cambiando en parte su sentido. Una malvada madrasta manda matar a su marido y a la hija de éste para heredar la fortuna ella y su hijo biológico, pero el asesino se compadece de la pequeña, que crece junto a una banda de ladrones amnésica por el shock. Un buen día, se enamora del que fuera su hermanastro sin saberlo, y poco a poco va recobrando la memoria.
En primer lugar, probablemente lo más destacable de todo el episodio dedicado a Blancanieves es una mejor estructura en cuanto al guión. No es ya que no caiga en cuestiones ilógicas, como sí sucedía en la anterior entrega. Es, sencillamente, que está mejor construido. El primer acto no deja un resquicio a la crítica: cada escena hace avanzar la trama; cada fragmento aporta algo nuevo, algo diferente; cada paso ahonda en el desarrollo de la historia y la lanza a un punto más y más elevado. No cae en el fallo del primer episodio de cambiar de punto de vista prácticamente en cada plano. En esta propuesta acompañamos a Blancanieves o a su antagonista del principio hasta el final, sin saltos bruscos, sin derivaciones ambiguas, sin secundarios restando protagonismo.
El problema llega en torno al segundo acto, dónde prácticamente no pasa nada o, mejor dicho, pasa lo que todos sabemos que va a pasar. De pronto la tensión y el dinamismo del comienzo se pierden en una sucesión de diálogos explicativos para el público idiota y escenas redundantes donde prácticamente se nos dice lo mismo una y otra vez: Blancanieves recuerda quién es, la madrastra la reconoce. Así hasta en tres escenas. Nada nuevo. Blancanieves tiene un dejavu y recuerda quién es, la madrasta da con una pista que la lleva hasta ella; Blancanieves sufre un pequeño shock que trae recuerdos de quién es a su mente, la madrastra consigue acercarse a ella; Blancanieves visita su antigua habitación de niña y se reconoce en las fotos, la madrastra la acepta como su hijastra perdida… Lo único relevante que acontece en el segundo acto es lo que todos sabemos y esperamos: el envenenamiento con la manzana.
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Y aquí es donde he echado en falta un poco más de juego. A ver. Si somos conscientes de que toda la audiencia sabe lo que va a pasar ¿por qué no hacerlo un poco más interesante? Si Hitchcock hubiera visto este episodio se habría tirado de los pelos. ¡Jugad con el suspense, insensatos! Tened en cuenta que el público pensará que cualquier cosa que le dé la madrastra a Blancanieves va a estar envenenada. ¿Por qué no hacer más jugosa la historia con eso? ¿Por qué no nos dejamos de arrumacos y le ponemos tensión al asunto? De hecho el propio Hitchcock lo hizo: en Sospecha, si la ven, el maestro del suspense les hará desconfiar hasta de un vaso de leche. ¿Por qué hacer lo predecible? En la propuesta de la serie no sólo sucede todo en apenas tres planos arrítmicos, sino que encima el narrador nos lo va contando en directo. Como si no lo supiéramos ya.
El tercer acto, en cambio, remonta un poco con la entrada de los enanitos-ladrones en escena, y el final recupera un poco del ritmo del comienzo, aunque en gran parte sostenido por la interpretación de Mar Saura como malvada madrastra, que ha dado mucho que hablar en las redes sociales. Por decirlo de forma elegante, se come a Blanca Suárez con patatas.
La puesta en escena y planificación visual, en esta ocasión, me ha gustado bastante. Nada más comenzar levanté una ceja con el truco del espejo mágico. Por un momento se me erizaron los pelos del brazo derecho: los realizadores estaban haciendo un juego visual conmigo, con el espectador; me estaban diciendo cosas con las imágenes que no venían respaldadas por ningún diálogo absurdo —salvo el narrador de los coj…—; estaban haciéndome un guiño con el cuento, el espejo y una cuidada fotografía. ¡Me consideraban inteligente por una vez! Reconozco que la cucharada de sopa que iba a meterme en la boca se quedó inmóvil, estática en el aire durante varios segundos, que es lo que deberían lograr todas las escenas de todas las series en televisión.
Sin embargo, el momento que más me gustó fue cuando Blancanieves «renace» de su amnesia, recupera sus recuerdos. El manejo de lentes deformadas para ilustrar las imágenes que iban volviendo a su memoria —al más puro estilo Lumet— me gustó mucho, pero más el empleo de la iluminación verde para retratarla a ella. Y aquí vuelvo a invocar el espíritu de Hitchcock. Por alguna extraña razón que desconozco —¿quién sabe si influenciado por Lorca?—, el maestro del suspense —y mucho después también Amenabar, copiando abiertamente al maestro— iluminó de verde la atmósfera de Vértigo en el momento en que Kim Novak recupera su disfraz y devuelve a la vida al que había sido su personaje. Mujer que «renace», neones de color verde. La cucharada de sopa se me derramó sobre el pijama. Bravo.
El problema principal que le encuentro al segundo episodio, no obstante, se hace patente al final. Por dar un giro interesante a la trama, han introducido al personaje de Diego, hermanastro de Blancanieves, compañero de juegos en la infancia, del que se enamora sin saber que es de su familia y que posteriormente recuerda cuando ya es demasiado tarde. Pues bien, al final de este cuento —que no espoilearé porque este episodio me ha gustado y quiero invitarles a que lo vean online— queda patente que la protagonista no es realmente Blancanieves, sino el propio Diego. Piénsenlo un instante: un chaval que de pronto descubre que su hermanastra, que creía muerta, resulta que es su novia, y que su madre es en realidad una cruel asesina que ha intentado matarla dos veces. ¿No les parece una trama mucho más potente que la de ella?
Con todo, Blancanieves supera a Los Tres Cerditos en todos los sentidos. No comprendo por qué no emitieron este episodio para estrenar las serie en lugar del otro. La próxima semana tendremos a Caperucita. ¿Le veremos las orejas al lobo?
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