


Cuando fui el lunes al cine, una de mis ideas era ver una película intimista y Blind, la película del Eskil Vogt, entraba en apariencia dentro de los cánones. Sin embargo, las apariencias engañan: la película del director noruego sí tiene más dinamita de la que parece.
Para no desgranaros el argumento, he aquí una muestra de lo que os viene. En Blind la protagonista es una ciega que vive junto a su marido en un piso de nivel. Sin embargo, ella no sale, apenas se mueve, y decide quedarse en casa y dedicarse a disfrutar de la vida dentro de ella, evadiéndose de sus propios problemas.
El argumento, que en principio no parece tener mucha miga, se mezcla con dos personajes más: por un lado está una chica sueca que se muda con su exmarido a Noruega para poco después quedarse soltera y aislada del mundo que la rodea; por el otro está Eidan, un solitario individuo que se refugia en el porno hasta tal punto que acaba creando un entorno repleto de obsesiones. Ahí es, sin duda, cuando empieza la verdadera miga del largometraje.
Lo que en apariencia es un drama intimista se convierte en una historia de vidas cruzadas que, a su vez, se convierte en una locura narrativa. La puesta en escena que Eskil Vogt monta está a la altura de los Michel Gondry o Cristopher Nolan, donde un argumento en apariencia sencillo se convierte en una paranoia constante. Al final, si el espectador entra en la película, incluso no sabe ni dónde ni en qué punto se encuentra, o si está en los terrenos de la realidad o de la ficción.
Ese prodigio, tan extraño en los días que corren, no es un artificio vacuo, sino que además construye y acompaña un fondo importante, donde temas como la soledad, la marginalidad, la depresión o la autodestrucción cobran una gran importancia en un final donde todo artificio se desmonta y queda la realidad. Ese, por desgracia, es el fallo de la cinta: Vogt acaba abandonando el esqueleto para crear un final que, aunque lógico, acaba creando una decepción sobre toda esa puesta en escena tan brillante que construye alrededor de su historia.
Es ese ambiente de metaficción y de ruptura del espacio-tiempo del relato, sin embargo, lo que puede provocar también una enorme frustración; al fin y al cabo, el ejercicio visual que propone el guionista de Oslo, 31 de agosto puede acabar frustrando debido a la enorme cantidad de minielipsis, pantallas en negro y rupturas en todos los términos, aunque por suerte el relato se mantiene dentro de lo que quiere contar y nunca, dentro del concepto del que habla —la ceguera— se dan historias lacrimógenas ni soluciones fáciles, sino que se opta por una forma compleja que le da un fondo innovador a un relato que para nada resulta facilón a la vista.
En resumidas cuentas, Blind es al drama lo que Gondry y sus primeras películas fueron a la comedia romántica, pero considero que Eskil Vogt no solo se ha lucido a la hora de construir ese relato, si no que ha dado un paso más allá y ha demostrado que las propuestas más rupturistas no tienen para nada que alejarse de una propuesta sencilla, interesante y llena de matices dramáticos.