


Cuando Antena 3 decidió emitir Broadchurch logró reunir a más de tres millones de espectadores en el día de su estreno. Después la cosa fue decayendo, lo cual es un fracaso a todas luces, especialmente en nuestro panorama español preso del número diabólico del share. Tal vez por eso no se han dignado todavía a siquiera anunciar la emisión de la segunda temporada. Ha pasado más de un año y no parece que estén por la labor. Tampoco hace falta: ya la ha traído Netflix.
Broadchurch, por si no lo recuerdan, era un policiaco que tenía como particularidad la atmósfera opresiva de su premisa. Hundiendo sus raíces en los clásicos, la serie planteaba un colectivo cerrado —un pueblo pequeño— donde todos y todas podían ser culpables del asesinato de un niño. Una pareja de policías estaba a cargo de la investigación: una vecina y un recién llegado —atormentado, como debe ser, por un terrible secreto—. La enemistad estaba servida entre ellos, aunque saltaba a la vista que en realidad no podían estar uno sin la otra. Y el caso, claro, lleno de flecos, secretos y medias verdades.
La temporada terminó con el descubrimiento del culpable y su dolorosa confesión ante los investigadores quienes, en un arrebato emocional, terminaban propinándole una paliza por lo terrible del crimen. La sociedad que formaba el pequeño pueblo, las familias que compartían el green detrás de los patios, la comunidad que comparten parroquia… todo quedó destrozado en un final que, no obstante, no dejaba demasiado margen para la segunda temporada. Pero llegó, y en forma de juicio.
Arranca la segunda entrega de la serie con la audiencia penal que tiene lugar a continuación del arresto con que terminó la primera. En un giro sorpresivo de los acontecimientos, el homicida aprovecha los hematomas de la paliza que le propinaron en comisaría para afirmar que su confesión fue, en realidad, sacada a golpes, por lo que carece de validez. En un juego de apariencias judicial se pone en entredicho no sólo la propia investigación sino la verdadera motivación de los policías, a quienes se acusa de plantar pruebas y de, al fin y al cabo, tratar de cerrar la historia mediante un cabeza de turco. A su vez, el pasado del investigador forastero vuelve a la carga, destapando el caso anterior que le tiene atormentado en el que murieron dos chicas y que, según se afirma, no quedó del todo esclarecido.
La factura visual gana enteros en eso que todavía sigue faltando en la ficción televisiva española y que creo que por ahí llaman «exteriores»
Aunque con un ritmo si acaso más lento que la primera; con el mismo acuse de clichés y lugares comunes ya vistos mil veces, lo cierto es que la segunda temporada consigue aportar un punto de dinamismo a un tema tan sobrio como un juicio a la inglesa. La factura visual gana enteros en eso que todavía sigue faltando en la ficción televisiva española y que creo que por ahí llaman «exteriores», incluyendo paisajes que ahondan en la personalidad y motivación de los personajes —como debe ser—. Ahora bien, la ausencia de peligro resta interés a una trama cuyo mayor activo para esta segunda parte es la incorporación de Charlotte Rampling en el papel de abogada acusadora.
Si tienen un rato y les gusta el género ya saben: en Netflix, cosa de dos tardes.