En un Mercedes blanco llegó, como en la canción de Kiko Veneno —de cuyos versos toma el nombre—, el nuevo programa musical de La 2 de TVE.
Programa musical. Sí. Lo dicen bien clarito. Nada más comenzar, casi como un editorial, como un listado de buenas intenciones. Incluso la presentadora, la radiofónica Virginia Díaz, deja caer así, como quien no quiere la cosa, un:
…Sin que nadie se tenga que batir en duelo o perecer en el intento; ni más jurados ni sentencias que las que dicta el tiempo…
en clara alusión a los formatos musicales que han tenido hueco en la parrilla televisiva de los últimos años —ya saben, No disparen al pianista y todo el piélago de concursos, talent shows, eurovisiones y demás—.
Debo confesar que era reacio a verlo, aunque mi madre —fan incondicional desde la primera emisión, a finales de octubre— no hacía más que recomendármelo. Mi madre. Ya saben. Estoy seguro de que si han visto algún anuncio de «Fairy para la ropa» sabrán la imagen que se proyecta de las madres y la vida moderna. Mi madre recomendándome un programa musical… Por cómo me lo describía daba la impresión de que era uno de tantos recopilatorios de escenas de la televisión de los años setenta; un Tal como éramos, pero con la fuente documental del cajón de sastre que es el archivo de RTVE: el «si me querei irsen» y los pendientes de oro de la faraona, otra vez. Pero la verdad es que mi madre hacía bien en recomendármelo.
El pasado domingo me decidí a verlo, y aluciné. En el buen sentido, ojo. Efectivamente era poco más o menos lo que me había imaginado, pero tenía algo especial. Mi madre tenía razón después de todo. Cachitos de hierro y cromo es un muy buen programa. Hay recopilación de antiguallas musicales, pero bien hecha, ordenada en torno a un tema específico por episodio —música de gasolinera, moda pop, canciones de amor (y guerra)…— que sirve de hilo conductor a toda la sarta de piezas de archivo recuperadas de la memoria histórica. Es un programa cuidado, con una sencilla pero efectiva puesta en escena; y con cariño —además de la participación vía redes sociales, tras cada emisión cuelgan una lista de canciones en Spotify—. Es lúdico, es ameno, es instructivo… y es tróspido.
Por si están muy desconectados, lo «tróspido» es como la evolución lógica del «friki»; es el adjetivo que Andy Warhol buscó durante toda su carrera sin encontrarlo; es la definición simultánea de lo kitsch y lo bizarro. Surgió a raíz del programa Quién quiere casarse con mi hijo en Cuatro, y después de su beatificación como hashtag no les extrañe si es pronto canonizado por la RAE. Si han visto alguna vez el programa de Cuatro saben de lo que estoy hablando, y de la música a la que me refiero.
Porque en Cachitos no se andan con triquiñuelas: han ido a lo más duele. Al veneno. No lo vean si esperan encontrar las clásicas grandes actuaciones de toda la vida, Mocedades y Raphael y tal. También están, por supuesto, pero no son el foco importante. El foco importante del asunto es lo singular, lo llamativo, lo sorprendente. En el último programa se pudo ver a Nino Bravo cantando Te quiero, te quiero metido en un cochecito de bebé; a Marisol versionando el Porompompero en chino desde la torre de alta tensión de Puntales; a Rocío Jurado cantándole a la energía nuclear… Sí, sí. Sin fotomontajes, los auténticos.
Las joyas musicales se entremezclan con un punto canalla en absoluto disimulado. El tono radiofónico de la presentadora esconde mucha sorna, casi tanta como la del guionista que pone los rótulos, contrapunto irónico de las propias imágenes que incluyen alusiones a otros programas de otras cadenas —como La Voz— o insinuaciones más o menos veladas bajo la pátina musical. ¡Y es divertidísimo, —a pesar de la vergüenza ajena—!
Desde luego no cabe duda de que el archivo de RTVE da para mucho. Para muchísimo. Y más si se cuenta con el respaldo de Radio3. Ahora bien, el asunto tiene una pega, al menos desde mi punto de vista: no sale de ahí. Quiero decir que, por muy bien que me parezca el revival que estamos disfrutando de todo, y por muy joyas que sean nuestras piezas musicales jamás olvidadas, me sigue faltando un hueco para lo nuevo. Ya conocen la filosofía de este blog. Que sí, que el Torito bravo y Mi carro me lo robaron están muy bien, y de hecho forman parte de nuestro acervo popular verbena tras verbena. Hablo de los de ahora, de los nuevos, de los que no se escuchan en otros sitios.
Porque, igual que entonces, hay muchos jóvenes artistas por ahí que no encuentran más lugar que SoundCloud para colgar su música. No todos tienen la suerte de poder participar en La Voz, en Tu cara me suena o ser hijos de la Pantoja. Piénsenlo. ¿No estaría bien que un programa que dice ser de música tuviera un hueco para ellos? El propio Cachitos echa mano de formatos que consistían precisamente en eso, sí, porque en sus primeras actuaciones en televisión Los Chunguitos, tan de moda ahora, eran jóvenes y desconocidos y no tenían SoundCloud, ni YouTube, ni cosas de estas modernas que ve todo el mundo sin que nadie le dé importancia.
Pese a esto, debo confesarme enamorado del formato, junto con los otros 500.000 espectadores que lo vieron el pasado domingo —es lo bueno de ser el segundo canal de la pública: los formatos con un 2% de share, si son buenos, tienen indulto—. No se me ocurre mejor manera que pasar las noches de los domingos disfrutando de un viaje en el tiempo a través del archivo de RTVE, entre cachitos de hierro, plomo, y lo que se tercie.