


No se puede negar que Woody Allen sabe lo que hace. A sus ochenta años, y con cerca de cincuenta películas a sus espaldas, el veterano director y guionista se ha esforzado por retratar la experiencia de las emociones humanas a lo largo de cinco décadas de trabajo. Incombustible, si se puede señalar alguna constante en su producción de películas —una por año— es, sin duda, las relaciones de pareja y los conflictos derivados de ellas en todas y cada una de sus formas. Ahora, armado con un nuevo equipo de imagen digital —incluso para los veteranos hay siempre una primera vez—, y después de haberse lanzado a una producción televisiva con Miley Cyrus al frente, Woody Allen demuestra que los problemas del amor no tienen edad ni tiempo, y duelen tanto en el Manhattan de los ochenta como en el Hollywood de entreguerras.
Huyendo de una situación familiar de clase media-baja, y de un hermano mayor que va camino de convertirse en un capo de la mafia del Bronx, Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) es un joven judío que se muda a California con la esperanza de poder trabajar en la industria del cine de los años treinta bajo la tutela de su tío Phil (Steve Carell), que es un representante de actores bien posicionado. Durante su estancia en Los Ángeles se enamora perdidamente de Vonnie (Kristen Stewart) durante los paseos que da con ella para conocer la ciudad. Creyendo haber encontrado el amor de su vida, y sintiéndose correspondido por parte de ella, no duda en proponerle matrimonio. Sin embargo, Bobby no sabe que Vonnie es, además de la secretaria de su tío, su amante secreta.
Con una puesta en escena y una sugerente fotografía, la película evidencia no obstante algunos problemas de ritmo derivados quizá del interés por entremezclar dos tramas que, a priori, parecen no tener demasiado en común. Casi da la impresión de que la historia del hermano de Bobby y sus escarceos mafiosos, aparte del pretendido homenaje al género negro que parece querer evocar, no es más que un relleno artificioso en la historia de amor de Bobby y Vonnie. Igual situación sugiere la introducción de un cuñado judío comunista y una voz en off que parece más destinada a rellenar con diálogo lo que las imágenes no llegan a mostrar. No ayuda, tampoco, una interpretación ortopédica principalmente por parte de Eisenberg, que parece haberse convertido en actor de un único registro.



Ahora bien, salvando estos detalles, el filme presenta un balance positivo. La narración, sucinta, es capaz de sugerir con pocos y bien medidos planos lo que otros tratarían en vano de hilvanar a golpe de violines; es capaz de retratar, con enorme madurez, las relaciones humanas en el ámbito emocional más por las omisiones que por las presentaciones ante cámara. En un diálogo al tiempo sutil y elocuente con el espectador, el maestro Woody Allen narra una historia de amor enormemente profunda y sencillamente bella que no conviene perderse.