He de reconocer que no sabía nada de Calvary, segundo largometraje de James Michael McDonough. Sin embargo, el tráiler y la premisa que tenían eran tan llamativas que no pude evitar echarle un vistazo. Al fin y al cabo, si hay algo que considero muy difícil de realizar es una comedia negra, y más con esas características.
Para ponernos en situación, la acción empieza, cómo no, en un confesionario, donde el padre James Lavelle —tremendo Domhall Gleeson— recibe una amenaza de muerte de uno de sus pueblerinos. Según él, matar a un cura amable es la mejor venganza para acabar con su trauma, que no es otro que otro cura —fijaos en la ironía del asunto— que le violó de niño. Si bien he hecho un spoiler, creo que tampoco es tan grande cuando la escena, construida desde un diálogo mordaz, define la perfección.
Y es que seamos honestos. La película tiene la virtud de tener un envoltorio tremendo. Los diálogos son graciosos y están llenos de sarcasmo e ironía, y cada personaje es, valga la redundancia, tan o peor personaje que el anterior. Vamos, justo lo que pide una comedia negra. Y en medio, cómo no, está el payaso blanco, ese curra llamado Brendan Gleeson que se come la pantalla.
Otra virtud increíble es la banda sonora de Pattrick Cassidy. No solo me parece soberbia al escucharla, sino que también se usa de fábula. Sabe dónde se la necesita y acude sin pretensiones, acompañando al largometraje sobre todo en su viraje hacia el drama. Los actores, elenco tremendo aparte —reconocerán al Meñique de Juego de Tronos, pero ojo a Chris O’Dowd o a Domhall Gleeson—, también ayudan a sostener una cinta con una apariencia sólida.
Calvary es una buena comedia negra que satiriza la sociedad profunda irlandesa y la misma Iglesia Católica
Sin embargo, y como me ha pasado con las últimas películas, Calvary peca de tener un contenido peor que su estética. Al contrario que Nightcrawler o Whiplash, no se debe a un mensaje vacío ni a la falta de chicha, sino a que el guión parece llevar a sus personajes donde quiere llevarlos. Eso se nota mucho en el cambio drástico que rompe entre las dos partes de la película, donde el humor negro da paso al drama existencial del protagonista. Da rabia en esta clase de ocasiones, pues a pesar de estar bien hilado ese salto que se produce en algunos de los personajes queda algo confuso y drástico por querer ser muy sutil.
Eso, en un tour de force donde el peso cómico le da una riqueza tremenda, mancha un poco los resultados de mostrar una sociedad decadente, provista de un egoísmo tremendo en el que solo unos pocos, los más mayores, son los más tolerantes de todos, mientras el resto, como dice la hija, son unos auténticos gilipollas. Y eso el guión no lo aprovecha, y en vez de ser sutil en su tono y en su deriva pega un cambio innecesario en una cinta que se había tomado en serio sin haber sido pretenciosa.
Aún así, y a pesar de mis prejuicios, Calvary es una buena comedia negra que satiriza la sociedad profunda irlandesa y la misma Iglesia Católica, buscando reflexionar sobre el ser humano, las culpas y los remordimientos. El resultado es decente, la verdad, pero tengo la certeza de que la cinta podría haber acabado siendo una de las mejores películas del año.