Dice la leyenda que el guionista Billy Wilder dormía con una libreta al lado de la cama. En el duermevela de la noche a menudo se despertaba y, de forma noctámbula, trataba de apuntar alguna idea extraordinaria que hubiera soñado y que le pudiera servir para escribir un guion. Una mañana se levantó con la sensación de haber tenido un sueño estupendo para una nueva comedia romántica. No lo recordaba con claridad, pero sentía que era fantástico. Material de primera. Cuando revisó su libreta a ver qué había apuntado de forma sonámbula sólo encontró una frase: “chico conoce chica”. La premisa de la comedia romántica está, efectivamente, en ese encuentro entre amantes. No obstante, los manuales de guion añadirán un elemento fundamental al axioma de Wilder: “chico conoce chica, pero”.



No son demasiados los ingredientes indispensables en una comedia romántica para resultar satisfactoria. Tan solo hacen falta dos personajes que se atraigan, que tengan química entre ellos, y una dificultad que les impida realizar sus anhelos. Un “pero” que se interponga en la consumación de su relación y que permita, a la postre, generar comedia a partir del enredo. Un conflicto, en definitiva, que se interponga al romance. Y ahí el problema de Cariño, cuánto te odio.
Cantaba Julio Jaramillo en su famoso vals peruano “Ódiame” que entre el amor y su antónimo hay una frontera tan esquiva que, en la práctica, resulta inexistente. Ambas emociones pueden ser, en realidad, la misma o, al menos, una puede ser consecuencia directa de la otra, y viceversa. El conflicto de la película dirigida por Peter Hutchings es precisamente ese: los amantes, de entrada, se odian.
La película presenta así todos los ingredientes necesarios para ser una comedia romántica pata negra: una pareja de tortolitos guapos y con química; un entorno competitivo en el que ambos están luchando por el mismo puesto en su empresa; un tercero en discordia que también pugna por hacerse un hueco en el corazón de la chica… Y el odio que se profesan el uno al otro, es un conflicto de relevancia. El problema está en que ese “pero” se soluciona con el primer morreo, que sucede, inexplicablemente, a los pocos minutos de comenzar la obra.
Así, con una tensión sexual completamente distendida, el resto del metraje es una sucesión de postales románticas, diálogos empalagosos, pornografía emocional y ñoñería que roza la vergüenza ajena. Por supuesto, este planteamiento puede tener un público entregado, como demuestra el éxito del bestseller que da origen a la historia. Por ello, es muy recomendable para quien quiera pasar un rato viendo un romance en el que todo sale bien todo el tiempo.