Cuando los Lumière inventaron el cinematógrafo dijeron que era una cosa sin mucho futuro. Tenían razón.
Tenían razón. Sí. El cine no tiene futuro, sencillamente porque se consume en el corto plazo. Tanto que, de hecho, cae en el olvido. Si no, ¿cómo explican ustedes que se haga cada vez con más asiduidad un remake tras otro? Hoy se estrena en España el correspondiente al film Carrie. No lo han vendido como un remake, sino como una película basada en el mismo libro.
El caso es que, como todos sabrán, hay una versión de 1976 dirigida por Brian de Palma con Sissy Spacek y John Travolta, entre otros. Del libro solo hay una versión: la original de Stephen King. ¿Por qué no se hacen remakes de los libros?
Piensen en ello un instante: un libro vuelto a escribir. En vez de sacar ediciones y reediciones, hacemos uno nuevo; la misma historia, pero con otros autores. ¿Sería posible? ¿Entonces por qué se hace en el cine? ¿Será acaso por la necesidad de estrenar algo nuevo en sala? ¿Será por el miedo al fracaso, que siempre es preferible volver a contar una historia ya exitosa? ¿Será porque no se entiende el concepto de que el cine es un bien de consumo privado, como los libros? ¿Será porque, en realidad, las películas no son ni de sus directores ni de sus actores ni de sus guionistas, sino consumibles de las productoras que no ven mejor solución para sacarles rentabilidad?
Lo cierto es que el cine tiene poca vida en el acervo de los espectadores. Generación tras generación los títulos se van olvidando. Esas películas de su infancia y juventud que tanto le impactaron, ahora, la mayoría de los adolescentes no las han visto. No las conocen. Piensen que los chavales que hoy entran en la universidad tenían ocho añitos cuando se estrenó la última de El señor de los anillos, y probablemente no la recuerden. Cuando vivimos el boom de la saga REC, la mayoría del público al que iba dirigida no tenía el menor recuerdo de The Blair Witch Project ni sabía qué era aquello de la cámara subjetiva. El cine tiene poca vida.
Piensen que las películas y series que hoy ven en televisión están condenadas al olvido. Una buena novela no. Un Cien años de soledad vive eternamente, pero una película no. El cine no tiene futuro. Acaso en las escuelas, en los sótanos de los cinéfilos o en alguna estantería, pero poco más. No ayuda, desde luego, que no se hable de cine, ni se estudie cine, ni se enseñe cine. ¿Por qué se enseña literatura en los colegios pero no se enseña cine? ¿Por qué se manda leer el Quijote pero no se proyecta El Verdugo?
Carrie es el último ejemplo de una tendencia que este mismo año nos ha dejado remakes tan variopintos como aquel de Gatsby que tan poco le gustó a César Brito, o aquel de Superman que tan poco me gustó a mí, o RoboCop, que no sabemos si nos gustará. En la misma estela tenemos las secuelas y otras piezas de «saga», como la propia secuela de El Hobbit que se proyectará esta Navidad, o las «adaptaciones» de series de otros lugares: The Bridge, House of Cards, etc.
El estreno de hoy —en España, en Portugal se estrenó hace cosa de un mes— viene precedido de una campaña de las que llaman virales, como ejemplo este divertido video que ha circulado por la red:
Sí. Ya ven. La misma promoción que cualquier película, como si no fuera una copia de un clásico del terror. ¿Será mejor que la original? Y, ¿para qué comparar? Al fin y al cabo no tiene mucho sentido. En algunos años probablemente la vuelvan a hacer. Puede que incluso se atrevan con otras piezas maestras. Se habla de Blade Runner; se habla de Scarface —que ya, de hecho, es un remake—. Nada escapará de la obsesión por el remodelado: pronto se atreverán con Kubrick —cuando Baz Luhrmann haga su versión musical de Napoleón se dará por abierta oficialmente la veda—; pronto se atreverán con John Ford. Todo sea por la renovación. La renovación y el olvido.