


No queda del todo claro si fue la misoginia o el sentimiento de blasfemia lo que motivó que el tráiler de la nueva versión de los Cazafantasmas protagonizada por mujeres fuera el vídeo más rechazado de Youtube. Quizá haya que achacar la culpa a una mezcla de ambas. El caso es que, en plena ola de «refilling» cultural, la readaptación de la historieta de Ramis y Aykroyd, además de resultar inevitable, invitaba a los espectadores a posicionarse en contra del rechazo youtubero para apreciar, en justicia, las virtudes que pudiera tener la pieza. Por desgracia, son pocas.
Décadas después de su primera aparición, el fantasma que habita en una de las mansiones «encantadas» del viejo Manhattan vuelve a hacer de las suyas. Asustado por el encuentro, el propietario de la vivienda no duda en recurrir a dos doctoras de lo paranormal que publicaron juntas hace años un monográfico sobre el tema. El extraño suceso y el resto de apariciones que sobrevendrán en los días sucesivos hará renacer entre ellas una amistad perdida hace años mientras se esfuerzan en poner fin a la plaga de fantasmas que parece haber asolado Nueva York. Tendrán la ayuda de una científica un tanto chiflada que construirá los más indecibles inventos, así como la de una empleada del metro que conoce palmo por palmo —la historia de— la ciudad de los rascacielos.
Cada una parece ir a lo suyo en el intento vacuo y redundante de encajar en los parámetros de sus antecesores
La película, en mi opinión, además de nacer a la sombra de una pieza que ha dejado ya de ser patrimonio de sus creadores para convertirse en referente cultural de toda una generación —o varias—, se perfila con una importante lacra de origen: la ausencia de Rick Moranis. Y no me refiero sólo a su ausencia física en forma de cameo —el resto del reparto principal de la original está mayoritariamente presente de alguna manera—. La ausencia de Rick Moranis lastra por completo la obra precisamente por la carencia de su personaje, cuyo rol narrativo suple parcialmente el interpretado por Chris Hemsworth. Y es verdad que su trabajo en el filme es más que respetable, y que desempeña correctamente su papel de hombre-florero pero, qué quieren que les diga, yo a este caballero con esa cara, esos músculos y ese pelo no me lo creo haciendo de pardillo poseído.
Por otro lado, chirría la impostación de las bromas y el pijama de celofán en el que parece que han querido meter a las actrices. Todas quieren remedar a su alter ego masculino, si bien la artifiosidad y la necesidad imperiosa de meter un chiste cada dos frases cohíbe cualquier atisbo de química entre ellas, además de condenarlas al cascarón vacío del cliché. Cada una parece ir a lo suyo en el intento vacuo y redundante de encajar en los parámetros de sus antecesores y en las premisas de la comedia paródica, en vez de crear unos personajes realmente redondos, realmente complejos, y realmente femeninos.