


La historia se repite. De nuevo llegamos a las proximidades de la entrega de los Oscar con Eddie Redmayne interpretando un papel que, como en La Teoría del Todo, parece hecho a la medida de sus manierismos y su autocontrol, aunque quizá en esta ocasión la naturalidad de una Alicia Vikander soberbia pueda llegar a eclipsar el amaneramiento que imprime a una interpretación que se antoja un tanto artificial, como toda la puesta en escena de un filme donde abunda el esteticismo fotográfico plagado de desencuadres y grandes angulares.
La Chica Danesa narra la historia de Lili Elbe, la primera mujer transexual que salió del quirófano hace ya nada menos que ochenta años. Nacida como Einar Wegener, pintor paisajista danés, descubrió su adscripción identitaria ayudando en el taller a su esposa, la también pintora Gerda. Él, de manera inocente, se travestía de modelo femenina para que ella pudiera hacer sus retratos. Casi como una broma, ambos terminaron sacando a la versión femenina de Wegener a fiestas y bailes en sociedad. Poco a poco, el protagonista fue sintiéndose más y más cómodo en los zapatos de su personaje de mujer inventado, a la que llama Lili, hasta el punto de llegar a negar su identidad biológica y encontrar un remedio en la recién descubierta —y todavía experimental— reasignación sexual.
Ambientada entre las modernísimas Dinamarca y París de los años veinte del siglo pasado, la obra plantea de manera un tanto preciosista la ruptura de la simetría a través del juego de los espejos, los referentes y las dobles realidades, si bien se pierde un poco en la cursilería y los algodones de lo que parece un efectismo forzado, dirigido únicamente a conmover al espectador. Sólo Alicia Vikander, que ya sorprendió el año pasado interpretando a la androide Eve en Ex Machina, se aproxima a un papel con una madurez y sosiego sorprendentes. Frente a la mujer artificial y amanerada que encarna Redmayne, Vikander sostiene el rostro de la mujer real, tan natural y valiente que casi se antoja como un fin imposible, un referente de feminidad inalcanzable para su compañero de reparto que se queda más en la pose peripuesta de la bailarina de peep show.
Vikander sostiene el rostro de la mujer real, tan natural y valiente que casi se antoja como un fin imposible
Es una lástima, de nuevo como en La Teoría del Todo, que el guión se esfuerce por centrarse en él cuando el verdadero protagonismo, el verdadero conflicto, lo tiene realmente ella, su amante esposa, que no sólo es la primera en aceptar la condición de su marido sino que es capaz de acompañarle de la mano en el doloroso proceso de su desaparición. Es una lástima que la historia se haya centrado más en el desasosiego de la indefinición identitaria que en la aceptación de ella, que supone, quizá, la muestra suprema de amor incondicional.