Contaba Billy Wilder que solía dormir con una libreta al lado de la cama por si, en mitad de la noche, soñaba o se le ocurría alguna idea para un guión. En cierta ocasión se levantó bastante animado. Recordaba haber soñado una historia estupenda que sin duda podría convertir en un guión de Óscar. Había sido un sueño completamente cinematográfico, con su punto de drama, su romance, su giro final y ese tono de comedia inteligente que elevaría la película a los altares. Pero el problema era que, como pasa con los sueños, recordaba la sensación pero no la trama. Por eso lo primero que hizo cuando se despertó fue agarrar su libreta y mirar qué había escrito en el duermevela de la noche. Imaginen su decepción cuando descubrió que lo único que decía la libreta era «chico conoce chica».
Dicen los entendidos que lo que necesita el clásico «chico conoce chica» para hacer una película completa es un obstáculo, un inconveniente, un «pero» que se interponga en el amor de la pareja. La película de Eran Riklis Mis Hijos es, aparte de otras cosas, un romance entre dos jóvenes a la vieja usanza. Dos adolescentes se conocen en clase y se enamoran. Sin embargo, hay un «pero» de categoría: él es palestino y ella es judía, en pleno conflicto árabe-israelí.
Ambientada en los años noventa, la película está basada en la novela del escritor israelí Sayed Kashua, que también firma el guión. Cuenta la historia de Eyad (Tawfeek Barhom), un joven palestino tremendamente inteligente que consigue una plaza en un prestigioso internado en Jerusalén donde comparte clase con el resto de alumnos judíos. Aunque no tiene dificultades para hacer amigos entre sus compañeros, el clima de discriminación supone para Eyad no pocas dificultades que se agravarán cuando Saddam Hussein bombardee Israel en el marco de la Guerra del Golfo. Para poder continuar sus estudios y conseguir un trabajo de camarero, Eyad falsificará su DNI con la ayuda de un amigo israelí, consciente del riesgo que eso supone de cara a las autoridades y el desaire que implicaría de cara a su familia.
Un joven deberá replantearse su propia identidad, su propia religión y el respeto a sus raíces familiares
Retratada con un tono amable pero sobrio, la película aborda sin estridencias la posibilidad de una convivencia pacífica entre palestinos e israelíes a través del drama interior de un joven que deberá replantearse su propia identidad, su propia religión y el respeto a sus raíces familiares. Riklis, que ya llamara la atención de la crítica europea con Los limoneros (2008) y El viaje del director de recursos humanos (2011) vuelve a plantear un filme valiente de crítica social que pone sobre la mesa, y a las claras, los temas de la familia, la amistad, el amor y la convivencia de dos pueblos que parecen tener más similitudes que diferencias.