Casi todo el mundo está enamorado del cine norteamericano y de su rama más comercial, pero ¿es oro todo lo que reluce?
Por supuesto que en la tierra de la barbacoa tienen unos presupuestos potentes y unos profesionales de órdago. Si bien lo que me molesta es que el público no aprecie la calidad del resto de filmografías y que se glorifique la comercialidad de la tierra de Hollywood.
Quiero dejar claro que adoro a infinidad de directores y guionistas yanquis. Gran parte de la cultura cinematográfica que he consumido es americana, pero hay muchas películas de otros países que resultan igual de fascinantes.
Considero que los espectadores deberían abrir su mente a otros tipos de cine, que no rechazaran una película por su nacionalidad, que paguen por una historia aunque no aparezcan estrellas del celuloide. ¡Que el público apueste por nuevas experiencias!
¿Acaso el cine comercial es malo? Hay películas dentro de esta categoría que son revolucionarias y toda una delicia, pero el dinero dentro de este arte tiene una serie de implicaciones que merece la pena señalar.
Como dijo Michael Haneke en su discurso en el Premio Príncipe de Asturias:
El primer cometido de cualquier película es encontrar un público lo más amplio posible, para así cubrir, al menos, sus costes de producción y asegurar la posibilidad de seguir trabajando de forma continuada.
Lo cual tiene sentido ¿cómo podría existir este mundillo sin una base económica?
Los errores, al igual que en otros sectores económicos, no son tolerables: el que los cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir trabajando. A ello se añade como agravante la competencia de los medios de comunicación de masas, que con su trivialización de los criterios estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice de audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja para el público potencial del cine.
Especialmente en el cine americano, hemos podido ver fracasos estrepitosos (‘Final Fantasy: La Fuerza Interior’ con una deuda de 72 millones de euros o ‘La Isla de las Cabezas Cortadas ‘con 98 millones de pérdidas). Para paliar este tipo de fracasos, algunos estudios optan por introducir publicidad, reclamos sexuales banales o referencias a fenómenos comerciales caducos. ¿Por qué? Porque el cine es primero una industria (para sobrevivir) y después un arte (para comunicar), el problema viene cuando el cine ya no es una disciplina artística.
Como bien dijo Haneke, en referencia al cine, en su discurso:
Ni la literatura, ni el teatro han conseguido alejarse tanto de su propia vocación.
Los mecanismos de dominio y de satisfacción instantánea es lo más común que hay en pantalla hoy en día y cada vez hay menos complejidad en la capacidad estética de un largometraje, la coherencia narrativa se ha convertido en un tesoro difícil de encontrar y muchos actores se han convertido en reclamos sexuales y no en referentes del arte dramático.
El sensacionalismo y la trivialidad es lo que prima en buena parte de las películas que aparecen en las salas. Cada año se baten nuevos records de recaudación en taquilla a nivel mundial y cada vez hay menos posibilidades de que se financien nuevas ideas. Al menos las ideas que no estén basadas en alguna obra literaria u en otro formato de éxito.
Muchos nos quejamos de la comercialidad de Hollywood y de su obsesión por maximizar resultados, pero casi todo el cine independiente que se produce no resulta rentable.
El cine es una forma artística de un poder abrumador y por ello es necesario que haya una responsabilidad. Porque si limitamos al cine a ser una fábrica de manipulación consumista, ya no habrá respeto en el acto comunicativo entre la obra y el espectador.
Vuelvo al discurso de Michael Haneke:
Pienso que, además de la correspondencia entre contenido y forma, indispensable para cualquier arte, la capacidad de diálogo es y tiene que ser una característica igualmente indispensable de la producción artística, el respeto ante la autonomía del otro. Un autor que no toma en serio a su socio, el receptor, de la misma forma en que él mismo quiere ser tomado, no tiene un interés real en el diálogo. Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la producción artística.
¿Nunca habéis pensado en por qué los americanos hacen el ‘remake’ y no el doblaje de una película extranjera de éxito? Porque esa película no está mostrando productos americanos, no muestra ciudades americanas, no hay actores americanos, es decir, no están vendiendo América de forma implícita o explícita.
El tema de la manipulación es extenso, complejo y fascinante, pero quiero que los lectores que lean este artículo apoyen a las nuevas ideas, que no se limiten al cine comercial, que no sólo admiren a América. El resto del mundo tiene infinidad de historias que contar ¡y lo hace de lujo!
Nunca dejaré de enamorarme de los gags de Buster Keaton, de la perfección visual de Stanley Kubrick, de los personajes de Quentin Tarantino o del uso del silencio de Martin Scorsese. Sin embargo resulta absurdo omitir el surrealismo del español Luis Buñuel, el terror psicológico del austríaco de Michael Haneke o la humanidad del japonés Satoshi Kon en la cultura cinematográfica de un espectador que ame el cine.
Al igual que resulta completamente insuficiente citar a cuatro directores americanos como representantes de una filmografía colosal, no os podéis ni imaginar lo que muchos os estáis perdiendo por no disfrutar del trabajo de creativos de todo el mundo.
Es la línea más delgada que puede haber entre el respeto a un IQ y la rentabilidad.
Y su fortaleza no depende ni de su lucha por introducirme sino de mi capacidad de protegerme. Puedo disfrutar plenamente y carcajearme ante sus estupideces y no salir perjudicado.
Como tampoco el hecho de disfrutar a Haneke o WKW me hacen mejor, pero sí mi músculo se hace más fuerte.
Entre su dictadura y mis cojones celebro la venida de mis placeres.
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Me encanta que «The Adventures of Pluto Nash» perdiera tanto dinero. Se lo mereció.