


Terminada la II Guerra Mundial, un grupo de músicos recorre las zonas rurales de la devastada Polonia con el encargo de recuperar y potenciar el folclore local. Así, se dedican a visitar distintas regiones con un magnetófono para registrar las canciones tradicionales, a menudo cantadas en diferentes dialectos. Con ellas, el objetivo es crear una compañía musical con cantantes y bailarines adiestrados para llevar el folclore polaco no solo a todos los rincones del país, sino también al resto de teatros del malherido viejo continente. Esto, sin embargo, despierta el interés de los nuevos poderes fácticos en el lugar, y las autoridades no tardan en exigir a la agrupación la introducción en su repertorio de cánticos laudatorios y propagandísticos hacia la figura de Stalin y los ideales soviéticos.
En este contexto surgirá el amor entre el director de la compañía y una de las vocalistas, quienes darán rienda suelta a sus pasiones en encuentros furtivos. El pasado penitenciario de ella y su situación de casi libertad condicional la hacen especialmente gobernable por aquellos que ansían encontrar alguna tacha en la conducta del director que poder llevar ante las autoridades. Por ello, ambos amantes deciden aprovechar un concierto en Berlín Oriental para fugarse juntos y comenzar una nueva vida. No obstante, finalmente sólo el director ejecuta la fuga, quedando su amada en la Polonia soviética y postergando su romance hasta que, pasados los años, y ya con otras parejas y otras vidas, ambos vuelvan a reencontrarse en un café de París.
Nada parece oponerse de verdad a su amor más que ellos mismos, y esto convierte el final de la historia en algo tan pretendidamente trágico como narrativamente evitable.
Con una apuesta estética más que autoconsciente (formato casi cuadrado, blanco y negro, ausencia de banda sonora…), el director Pawel Pawlikowski sigue la estela que ya marcó hace dos años en la oscarizada Ida, y el resultado es francamente digno de destacar. Una fotografía impecable y una iluminación virtuosa en el blanco y negro cimentan una factura visual que apuesta por lo sintético, lo realista y lo concreto. La historia de amor se compone a partir de retazos en forma de escenas de precisión milimétrica en lo narrativo, y de extraordinaria belleza en lo visual. Nada sobra, y lo que falta se deja al buen entendimiento de los espectadores.
Sin embargo, pese a lo interesante de la premisa y la apuesta visual, la historia se antoja demasiado artificiosa, con personajes erráticos que parecen querer estar juntos pero que no hacen más que huir el uno del otro bajo el genérico y lejanamente apreciable paraguas de la Guerra Fría. Nada parece oponerse de verdad a su amor más que ellos mismos, y esto convierte el final de la historia en algo tan pretendidamente trágico como narrativamente evitable.