


Uno de los problemas que tienen todos los thrillers, herencia sin duda de su precedente literario, es que son productos de un solo uso. Una vez consumidos, pierden por completo la gracia que en otros géneros implica un segundo visionado. Por ello, es normal que los autores se esfuercen cada vez más en engañar a los espectadores desde el comienzo de manera que puedan ser llevados en volandas a través de una historia que, vista por segunda vez, pueda ser percibida como algo completamente distinto. Incluso como algo opuesto a lo que se pensaba desde el comienzo.
En Contratiempo se juega en esa liga. Con una dificultosa estructura que lleva al público de realidad en realidad y de sorpresa en sorpresa, el relato pretende trastocar la percepción desde el mismo planteamiento del conflicto. El problema es que, con tanto laberinto, termina por perder su propio hilo.
Un joven empresario es encontrado junto al cadáver de su amante en la habitación de un hotel con todas sus puertas y ventanas bloqueadas. Él se declara inocente del homicidio, pero es consciente de que tiene todas las pruebas en su contra. Por ello, contrata a la mejor abogada que puede encontrar para preparar su declaración en el juicio. No obstante, su única defensa pasa por tener que confesar un crimen anterior.
La propuesta del director y guionista Oriol Paulo después de su conocido éxito El Cuerpo (2012) se desarrolla, una vez más, a partir de un cuidadísimo entramado argumental. Jugando con el relato temporal y la perspectiva ambigua e interesada de los propios personajes, el autor teje una compleja historia de venganza y huída que tiene en las medias verdades y las completas mentiras su principal baza para la sorpresa.
Sin embargo, el artificio termina siendo tan excesivo que incluso roza los límites la verosimilitud. Empeñado en girar la acción en un triple salto mortal con tirabuzón, la historia termina transgrediendo sus propias normas y cayendo en los imperdonables pecados del exceso de verborrea, la información conscientemente ocultada al respetable y el trampantojo del trampantojo. No ayuda tampoco un Mario Casas todavía demasiado joven para el rol que interpreta.
Pero, independientemente de la lógica interna del propio texto o la herida que pueda causar en la moral del espectador que lo lleven de acá para allá sin demasiado que poder decir al respecto, lo cierto es que la factura visual sostiene una narración bien engarzada con un ritmo marcado bajo una batuta impecable. La película, aunque ilógica, entretiene; y las sorpresas, aunque sacadas de la manga, cumplen su función narrativa con soltura. No es un plato de tres estrellas, pero es un menú completo con postre y café.