Dos hermanas en horas bajas, tanto en lo personal como en lo profesional, deciden ir a visitar a una tía moribunda con la lejana esperanza de que las incluya en su millonaria herencia. Necesitan el dinero para reflotar su negocio: la vieja cafetería de su padre que ahora pasa por un mal momento. El problema es que la tía en cuestión nunca ha sentido hacia ellas un especial cariño. Y ellas, por su parte, otro tanto de lo mismo. De hecho, la madre de las protagonistas y su hermana se odian de forma tan visceral que es muy poco probable que la millonaria vaya siguiera a acordarse de ellas en su lecho de muerte. Pero su situación es tan desesperada que están dispuestas a agarrarse a un clavo ardiendo.



La cosa se complica cuando llegan a la mansión de su acaudalada tía. Allí descubren que el resto de primos parece haber tenido exactamente la misma idea que ellas: dorarle la píldora a la anciana para que les tenga en cuenta a la hora de hacer el reparto. Todos confluyen en la casona de tía Hilda y se esmerarán por aparentar ser los mejores y más firmes merecedores de la herencia, aunque para ello tengan que realizar las más aviesas acciones, que van desde ayudarla a realizar sus actos cotidianos como levantarse o lavarse, hasta procurarle la satisfacción sexual de un último coito con un hombre. El que sea.
Viendo la película uno se pregunta si actores de la talla de Toni Collete, Anna Faris, Kathleen Turner o David Duchovny no estarán en una situación igual de desesperada que las protagonistas de la ficción. Ellos, que tienen talento y reconocimiento por sus logros pasados, se prestan a una comedia de trazo tan grueso que resulta histriónica, soez y desmadrada. Firma el asunto el guionista y director Dean Craig.
En la película hay chistes escatológicos, bromas ofensivas con la tercera edad, las personas dependientes y los enfermos terminales; se da una pueril banalización de la agresión sexual; se colecciona un peculiar rosario de running gags de escasa gracia y bastante grima, y se concluye, además de todo, con un final tan predecible como aburrido.
Quizá en la gamberrada es donde pueda estar todo el interés, si se la mete en el mismo saco de las parodias anteriores de Anna Faris como Scary Movie. En la película emborrachan a un anciano sintecho hasta que pierde la conciencia para exponer su pene y hacerle una fotografía; bromean con toquetear el gotero de morfina de la moribunda para acelerar el fatídico resultado; manipulan a una adolescente para que sirva de cebo de un agresor sexual, amén de otras bufonadas. Unas risas, vaya.