


Confesionario de parroquia en entorno rural, una vecina del pueblo declara, arrepentida, que ha pegado a su hijo pequeño cuando lo ha pillado fumando a escondidas. El nuevo párroco de la localidad, que la escucha con atención, le recomienda que le haga fumar un cigarro de sabor fuerte para así lograr que no vuelva a probarlo, y le impone como penitencia llevar a su hijo de paseo en bicicleta. La vecina, extrañada, le pregunta si está seguro.
Daniel, de 20 años, es un exconvicto coainómano que ha pasado una larga temporada en un reformatorio. Allí ha logrado librarse de las peleas a la hora de taller bien formando parte del grupo instigador de las mismas, o bien refugiándose tras la sotana del capellán, al que ayuda durante los oficios, y que lo adopta como su protegido. Esta cercanía despierta en él la vocación, pero su mentor en vez de buscarle entrada en un seminario opta por recomendarlo para que trabaje en la empresa maderera de un pueblo pequeño. “Ningún seminario acepta exconvictos”, le dice.
La paradoja surge cuando este párroco impostor, con más experiencia en el pecado que en la ordenación sacerdotal, empieza a imprimir en sus sermones hondas reflexiones sobre la vida
No obstante, el joven se lleva consigo una sotana. Cuando llega al pueblo se presenta con el alzacuellos y dice ser el padre Tomasz, lo que le granjea, de entrada, un trato muy diferente del que recibe el resto de jóvenes reinsertados en la empresa local. Cuando el párroco del pueblo tiene que marcharse por motivos de salud, Daniel, enmascarado en su disfraz de cura, tiene que tomar las riendas de la comunidad católica que le acoge, descubriendo en el proceso todo el juego de traumas e hipocresías que tejen el tamiz de esa sociedad víctima de una irreparable pérdida: un accidente donde ha fallecido la mayoría de jóvenes de la localidad.
La paradoja surge cuando este párroco impostor, con más experiencia en el pecado que en la ordenación sacerdotal, empieza a imprimir en sus sermones hondas reflexiones sobre la vida, la culpa, la fe, el bien y el mal; reflexiones que terminan por calar en el pueblo y que, de algún modo, logran cerrar las heridas emocionales que comparten sus lugareños.
Candidata al Óscar el pasado año, la película dirigida por el polaco Jan Komasa presenta una historia inspirada en hechos reales que, a través de un relato sobrio y bastante crudo, plantea una reflexión sobre la religión, las relaciones humanas y la falsedad de unos y otros. Su interpretación apabulla tanto como sorprende, y su fotografía, parca y violenta por momentos, otorga, curiosamente, una intensidad dramática de primer orden. La única pega es la previsibilidad de los acontecimientos, aunque en absoluto supone un lastre al relato, que gana interés escena tras escena. Muy recomendable.