


Después de resultar dañada en una tormenta espacial, los tripulantes de la nave colonizadora Covenant abandonan su sueño criogénico para encontrarse por azar con una canción de John Denver en pleno espacio sideral. Alertados por lo inesperado del descubrimiento, deciden poner rumbo hacia un planeta que por gracia de los guionistas resulta que no aparecía en las cartas de navegación estelares.
Tras aterrizar y descubrir un hábitat perfectamente colonizable, hallan casi por casualidad dos elementos sorprendentes: por un lado, una nave estrellada en medio de la nada con vestigios de humanidad en su interior; por otro, una espora maligna que terminará por contaminarlos y hacerles enfermar. Por suerte, aparece de entre las sombras un rostro conocido que promete echarles un cable en sus pesares y que, sin embargo, se ve de lejos que calla más de lo que cuenta.
Covenant no es ni por asomo un filme perfecto, si bien la resolución y el acabado resultan de mucho mejor gusto estilístico y narrativo que el fiasco de su antecesor Prometheus. Sin entrar en demasiadas diatribas filosóficas y teológicas, esta nueva entrega de lo que parece que será un piélago de precuelas aporta toda la acción y auto-homenajes que no aportaba la entrega anterior. Eso sí, muy lejos todavía de la claustrofóbica inquietud que procuraba la película fundacional de la saga.
El xenomorfo original regresa, por fin, a la gran pantalla bajo la batuta de su director primigenio, y de la mano, eso sí, de una suerte de villano intergaláctico que parece aportar el nietzchiano ímpetu de quien trata de matar a su creador. De nuevo una protagonista femenina deberá hacer frente a la bestia en sus diversas formas, armada con una recortada y sin más ayuda que la de un esquivo androide. Y de nuevo, cómo no, el alien más discreto —a pesar de su tamaño—, se ocultará en los recovecos más oscuros de la nave de turno en el planeta que toque.
De nuevo una protagonista femenina deberá hacer frente a la bestia en sus diversas formas, armada con una recortada y sin más ayuda que la de un esquivo androide
El problema, no obstante, es que todo lo mencionado se resuelve en tan sólo diez o quince minutos. El resto del relato se sumerge en una suerte de deriva explicatoria que poco tiene que ver con la tónica habitual de la saga. Los instantes de reconocimiento y aceptación entre ambos androides, flauta de por medio, así como los vaivenes de ritmo derivados de un malvado que sobre-explica en cuanto puede sus más funestos planes, lastran un poco una propuesta que, a pesar de todo, parece pensada más como desagravio con los fans por el desaguisado de la última que con la pretensión de volver a hacer, como antaño, sencillamente buenas películas.