


Exterior día. Dos hombres han ido a pescar. Uno de ellos tiene problemas para enganchar correctamente el cebo en el anzuelo. El otro lo ve y decide ayudarle. Coge el gusano y lo ensarta con maestría. La escena no tendría mayor interés si no fuera porque el diálogo que mantienen durante esta operación versa sobre lo conveniente que sería deshacerse del alcalde y lograr que el pescador ocupara una plaza fija en el ayuntamiento. Apenas un minuto de escena y varios niveles de lectura: la conspiración contra el poder, el lenguaje seductor de un empresario tratando de comprar a un funcionario del ayuntamiento, el cebo, el anzuelo… Y sí: era una serie española.
En el mundo de la ficción televisiva cuatro años son una eternidad, y aquí tenemos por norma no hablar de las grandes obras del pasado, por gloriosas que fueran. Por eso hay que agradecer a Canal + que haya decidido, en homenaje tras el fallecimiento de su creador, volver a emitir Crematorio. Nos han dado una excusa estupenda para traer a colación una de las mejores piezas realizadas en la televisión de nuestro país. Sí, sí. Como lo leen. Una de las mejores. Y ya saben que no soy amigo de palabras lisonjeras.
Crematorio, con guión y dirección de Jorge Sánchez-Cabezudo (Gran hotel, Bajo sospecha, Velvet, Víctor Ros…), es la adaptación de la novela homónima de Rafael Chirbes. El argumento, aunque ficticio, podría perfectamente pasar por real: la trama urbanística en la costa valenciana y cómo un empresario sin demasiados escrúpulos logra amasar una fortuna al margen de la legalidad con la aquiescencia de las autoridades locales. El reparto lo encabeza un soberbio José Sancho acompañado por Juana Acosta, Pau Durà, Manuel Morón, Vicente Romero, Aura Garrido y una magnífica Alicia Borrachero, entre otros. La serie se estrenó en 2011 en el Plus y se volvió a emitir un año después en La Sexta haciendo buenos datos de audiencia. Y déjenme que les diga que no tiene nada que envidiar a lo que nos llega de fuera.
Crematorio es una lección de televisión responsable enmarcada como el espejo de la más cruda realidad
Con una factura visual cinematográfica y una interpretación a la altura, Crematorio se lanza con un relato desestructurado cargado de analépsis y saltos temporales para explicar quién es el protagonista y cómo se ha convertido en lo que se ha convertido. La trama, no obstante, aunque gira en torno a un único personaje, no tiene inconvenientes en cruzar subtramas paralelas que afectan a todos los familiares del sujeto y sus compañeros de negocios: el arco interior de su juvenil novia que no es aceptada en la familia, la crisis del matrimonio de su hija, la emancipación de la nieta… y los negocios con los rusos, los políticos corruptos y la policía.
Crematorio es una lección de televisión responsable enmarcada como el espejo de la más cruda realidad. Como las series danesas que tan de moda se han puesto, realiza la necesaria labor de hacer reflexionar al espectador sobre el mundo en el que vive, sobre las entretelas del sistema, la grandeza y la bajeza moral. La producción se esmera en los detalles, dialoga con el espectador y le presupone inteligente; le muestra sutilezas, le seduce con medias verdades y, en definitiva, le lleva a la posición de testigo impertinente del ascenso y caída de un monstruo con un apoteósico final. La única pega que le pongo es la banda sonora de la cabecera, un rock and roll de Loquillo que no acierta, en mi opinión, el tono lúgubre de la propuesta. Pero, aparte de eso, merece tanto la pena que no sé qué hace leyendo esto y no se ha puesto a verla ya.