Que Clint Eastwood es una leyenda viva del cine es algo que queda fuera de toda discusión. No sólo ha sido icono cultural en su juventud y adultez, también ha regalado trabajos notables tanto en su labor actoral como detrás de las cámaras cuando se ha enfundado el sombrero de director o de productor. Más que en granitos de arena, su aportación a la cultura occidental se mide en toneladas. Por ello, que a sus más de noventa años siga dirigiendo y realizando obras tan personales como comprometidas es, sin duda, digno de elogio, de admiración, y motivo de más para acudir con fidelidad a la sala de cine. No obstante, ninguno de estos elementos aseguran automáticamente la calidad de una película con su firma.



Cry Macho relata la historia de un viejo vaquero que se presta a hacerle un favor a un viejo enemigo. Existe entre ellos una deuda pendiente que, en cierta forma, obliga al anciano a emprender una misión de rescate tras la frontera. No hay, según parece, nadie mejor para llevarla a cabo; o quizá no hay nadie que salga más barato. En su paseo al sur del Río Grande, el protagonista se verá envuelto en varios entuertos y se topará de frente con dos arquetipos de mujer: la malvada que desprecia a sus propios hijos, y el cliché contrario de la madre nutricia que acoge a cuanto desvalido se le acerca.
La historia parece tener mimbres que recuerdan tanto a Mula como a Gran Torino, también trabajos del director. No obstante, en realidad no guarda con ellos más que una similitud aparente, pues ni presenta la sensación de indefensión y peligro de la primera, ni abraza en absoluto el tono mesiánico y sacrificado de la segunda.
Cry Macho es una obra menor en todos los sentidos, con una trama que se va resolviendo a sí misma sin que medie demasiado la intervención de los protagonistas —exceptuando la gallina que llevan siempre consigo, que sí juega un papel relevante—, y parece estar relatada como llevada por la inercia de los acontecimientos. Las interpretaciones resuenan impostadas y hasta teatrales en algunos instantes; el ritmo, más que cadencioso se podría calificar de contemplativo, y la mayor carga de tensión termina recayendo siempre en los diálogos a medio decir.
No obstante, se trata de una película que hay que entender en el contexto personal y profesional de alguien que se prefigura ya en retirada y que ofrece una reflexión sobre dónde reside lo realmente importante en la vida; sobre lo que significa ser responsable o ser correspondido; y sobre lo que puede esperar en su retiro quien no tiene más deudas que consigo mismo.